Opinión

Bando blanquiazul: Un análisis ponderado y ecuánime sobre el derbi

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En el fútbol tienes que elegir si quieres ser Míchel o Valderrama. Y eso es todo lo que tengo que decir sobre el histórico enfrentamiento entre el Dépor y el Celta. A los coruñeses siempre nos ha gustado que corra el aire. Lo del Celta es algo más pasional. Aunque todo sea al final una cuestión de pelotas. El que meta más, gana. Eso es lo único que no ha cambiado desde el primer derbi hasta hoy; si pasamos por alto la habitual complicidad arbitral, siempre dispuesta a inclinar la balanza hacia los celestes.

El fútbol fue un día ese deporte en el que juegan once contra once y gana siempre el Depor, cuando se enfrenta al Celta y el Turu Flores está convocado. Pero el Turu, el único futbolista con sobrepeso capaz de romperle la cintura a toda la defensa del Milán, se volvió un mal día a la Argentina, quizá porque en La Coruña habían subido el precio de los cubatas. Desde entonces todo ha perdido gracia pero supongo que mañana deberemos fingir que tenemos tanto entusiasmo como cuando López Rekarte chocaba con Gudelj y ambos quedaban en shock. 
Los deportivistas nos alegramos mucho cuando el Celta entró en competiciones europeas. Tal vez porque albergábamos la esperanza de que se quedaran a vivir en Kiev, o en algún sitio de estos en los que criogenizan a los futbolistas cada invierno, y cuando los sacan de gira en primavera están pálidos y con el pelo amarillo y no se les entiende nada al hablar -rollo Karpin-.

Pero en el fondo necesitamos al Celta en Primera y brindando con Estrella Galicia, porque ambas aficiones somos “como dos hermanas gritándonos a la cara”, como cantaban mis Piratas -que lo cortés no quita la valiente y Vigo musicalmente siempre fue mejor-. 
Aún recuerdo cómo nos aburríamos los coruñeses esas temporadas en las que el Celta ocupaba su lugar natural en Segunda y no había derbi. Era un tostón tener que disfrutar triturando al Barcelona, que es difícil, porque además de ganarles al fútbol, hay que actuar mejor que ellos al retorcerse en el césped. También disfrutábamos ganando al Valencia, pero no hay placer comparable a un derbi.

Mis amigos vigueses llevaban fatal el asunto de Valerón, que era siempre un remanso en la guerra entre aficiones. Es que para despreciar el fútbol y la persona de Juan Carlos no llegaba con ser de Vigo y estar borracho. Además había que carecer de alma, tener amordaza la conciencia, estar ciego, y haberse dejado el corazón flotando en Samil. Y todos mis amigos vigueses son más de O Vao. Y no tienen ni idea de fútbol. Supongo que por eso se permitían comparar a Fran con Míchel Salgado, un gran tipo, siempre y cuando esté lejos del campo. 
Tampoco echo de menos aquel duelo intelectual que protagonizaban Djalminha y Mostovoi. No en vano, con la suma del coeficiente intelectual de ambos se podría fabricar la mitad del cerebro de una rata joven. Lo que hacían con las botas está fuera de discusión, si es que algo en fútbol puede quedar al margen de toda disputa. 

Aún como deportivista, tengo que reconocerle algunos méritos al Vigo. Sin duda, el mayor, haber sobrevivido a Lotina en el banquillo. Un tipo para el que supongo que el Señor ha reservado plaza fija en el Reino de los Cielos, pero que es capaz de traer el infierno a la plantilla más inspirada. Uno no puede tener la personalidad de Enrique Urquijo y, en vez de componer “La calle del olvido”, dedicarse a entrenar equipos de Primera. 

También el Celta logró la meritoria gesta de sobreponerse a Stoichkov, que recordando sus particulares modales en el campo, era un sujeto que había nacido para enrolarse tarde o temprano en la plantilla viguesa. Si bien, en materia de entrenadores, tal vez sea mejor que nosotros guardemos silencio. No sé en qué momento pasamos del bueno de Arsenio Iglesias al lunático de Boronat. Y sea como sea, acabamos fichando a un señor cuyo nombre resultó estremecedoramente profético: Domingos Paciência.

Todo esto es historia y, aunque el derbi invita siempre a mirar al pasado, una vez que empieza a rodar el balón solo cuenta ganar al Celta y adelantarlo en la clasificación; perder deja al Depor en el abismo del descenso. Y eso, sencillamente, no va a ocurrir. No en vano, el Celta es un equipo que se inventó para verle siempre la espalda al Depor, que a su vez ha de asumir el riesgo histórico de tener detrás a un montón de vigueses desesperados. 

Característica habitual de los derbis es que la tensión empañe el fútbol. En los tiempos de Caparrós podía ser eficaz para el Depor asumir un rol así, rompiéndole los dientes a alguien nada más empezar el partido. Sin embargo, al Deportivo de hoy lo que le interesa es tener el balón y sacar de Balaídos el mayor número posible de tibias enteras. Al menos, las propias. Enzarzarnos en una pelea de gallitos solo beneficiaría al equipo de casa, es decir, al Benfica. 
En lo que se refiere estrictamente a la práctica balompédica, como buen aficionado a la literatura de ciencia ficción, estoy convencido de que el Celta está en condiciones de ganar al Depor mañana. Y por lo demás, estoy a favor de todas las campañas en las que se pide respeto, tolerancia, juego limpio, y deportividad. Así que espero que mañana machaquemos a esa panda de cabrones. Pero si perdemos, agradezco a mis amigos vigueses que no me llamen el lunes. Porque yo, como todo coruñés decente, soy del Real Madrid de toda la vida.
 

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