Opinión

"Buena cara, siempre"

La política padece un empacho de testosterona. El espacio se busca con la barbaridad más sensacionalista en vez de recurrir al razonamiento más claro. Nos encaminamos hacia una mediocridad insoportable. Cualquiera puede ser un vocinglero de tres al cuarto, pero para argumentar con ironía y cuajar una sonrisa en el oponente se necesita talento. El ejemplo es nefasto para la generación que dentro de poco tiempo defenderá sus posiciones en la tribuna de los representantes. 

Al éxito se llega antes con buena cara que con malos humos. "Buena cara, siempre buena cara en el entrenamiento", le exigió desde niño Toni Nadal a su sobrino Rafa. "Si pones mala cara es difícil que aprendas y mejores", desveló el entrenador del mejor tenista sobre arcilla de todos los tiempos en el documental "Strokes of Genius: Federer, Nadal, and the Greatest Match Ever Played", dirigido por Andrew Douglas e inspirado en el libro de L. Jon Wertheim. El trabajo es delicioso como la muñeca de Federer y demoledor como la derecha con la zurda de Rafa. Con el pretexto del mejor partido de la historia –la final de Wimbledon de 2008 que acabó venciendo el mallorquín en cinco sets cuando ya anochecía en la pista del All England Club–, el documental repasa la vida de dos colosos de la raqueta. Toni le exigía a Rafa buena cara, Roger comenzó a descorchar triunfos cuando dejó de romper raquetas y de avergonzarse por hacerlo. Ahora los dos son admirados, incluso por los incondicionales del rival. Las estrellas de la política estatal no llegan al aprobado. El patio en Galicia no está mucho mejor, ya que las cuchilladas incluso se reparten en el vestuario. Así  resulta difícil ilusionar al personal y mucho menos pensar en ganar el partido. 

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