Opinión

En busca de otros ríos

La visita a New Hampton, una pequeña aldea en el norte del estado de New Hamsphire, que alberga una reconocida escuela privada del mismo nombre, fue rápida. Apenas una tarde y una apretada mañana con vuelta a Nueva York. La esposa del Headmaster (el director) Thomas Moore, malamente chapurreaba español, aunque impartía varias clases básicas, me acercó de vuelta al aeropuerto. Conducía un flamante Chrysler New Yorker tipo ranchera. Una música suave, clásica, apenas perceptible, nos acompañó durante el viaje desde el aeropuerto de Manchester. Pelirroja, con señaladas pecas en los brazos, afable y condescendiente, se pasó el viaje haciéndome preguntas insignificantes. Fui bien acogido durante el proceso de las entrevistas con los distintos profesores de lenguas. Mister Philip Young enseñaba ruso y alemán. Vivía en una casa de madera pintada de rojo, cercana a un arcádico lago (Newfound Lake) que sirvió de escenario para una famosa película (On the Golden Pond) con Jane Fonda, con su padre y la admirable Bette Davis.

Supe años después que Philip había sido miembro destacado de la CIA, asignado durante varios años en la embajada de Estados Unidos en Moscú; también en la Alemania del Este. Jubilado, optó por la enseñanza de ruso y de alemán. Llegamos a ser buenos amigos. Sin hijos, nos invitaban con frecuencia a un vino que acompañaban con unas aceitunas o un queso de la zona.

También nos cayó muy bien el médico asignado a la escuela, Peter Smith Fairlaine. Originario de Boston, había viajado por España en varias ocasiones y visitado Pamplona en los San Fermines. Era un forofo de Luis Miguel Dominguín, de Pablo Picasso y no menos de Ernst Hemingway. Ya entrado en años, alegre solterón, campechano y divertido, se casó con una mujer sureña, de Nueva Orleáns, rubia, atractiva, sensual, mucho más joven. Estaban recién casados cuando nos conocimos. En pocos años se hicieron con una familia de pequeñuelos con poca diferencia de edad. Peter, procedente de una familia de alcurnia, era muy atento con su Elaine. En los cuatro años que estuve en New Hampon le conocí dos coches deportivos, que le regaló su esposo. El último, un Mercury Cougar descapotable. Era la gran atracción de los viandantes, sobre todo por la dama que lo conducía: blusa rosada, amplio sombrero ondulado, cabellos rizosos y anchas gafas de sol. Supe años después del divorcio y de la vuelta de Eleine a New Orleáns con sus hijos. Fue incapaz de tolerar a los altivos yanquis, había comentado, y aún menos los largos inviernos de nieve y soledad, las largas ausencias de su Peter, inmerso en el hospital de la cercana Laconia.

Nos invitaron varias veces a cenar, o para unos coctails, a media tarde, de un fin de semana Estaban interesados en obtener de primera mano información sobre la exótica Spain; comidas, lenguas, paisajes, fiestas, folclore, artistas, política del dictador, regiones, camino de Santiago. Pensaba que aquellos yanquis, bien pertrechados en su pasado, conservadores, republicanos, devotos de su iglesia evangélica o anglicana, miraban a uno como algo diferente. Thomas Moore, el más campechano. Casado con la hija del fundador de la escuela hacían una pareja de mutua admiración. Eran divertidos, sociales. Su casa siempre abierta para quienes necesitasen una ayuda, consejo u orientación.

La carta con la oferta llegó a los pocos días. Era el contrato. Especificaba responsabilidades: salario, formas de pago, carga docente. Parecía que ya camino de los treinta años iba encarrilando mis objetivos. New Hampton, pasados los años, quedó como un oasis de tranquilidad, de aprendizaje escolar y, sobre todo, de una total inmersión en una cultura y en una lengua previamente ignoradas. Triunfaba la música de Elvis Presley, los Beatles con su Yellow submarine, el triunfo en Broadway de Who is afraid of Virginia Wolf, la gran pieza de Tennesse Williams. Poco más tarde, Love Story y antes The Graduate. New Hampton era un pequeño mundo. Reflejaba la idiosincrasia del yanqui republicano: amante de la libertad, profundamente religioso, protector de su familia, individualista, imbuido en un destino que sentía como providencial. De hecho, en la matrícula de sus automóviles aun consta, en fondo verde, bajo el nombre del estado, el eslogan Live free or die.

(Parada de Sil)

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