Opinión

Cada día es más difícil

Llevo unas cuantas columnas, no sé cuántas, intentando no ser agorero, sombrío en mis observaciones sobre la actualidad que nos rodea. ¿Es que no pasan cosas de las que nos podamos alegrar? ¿No habrá cuestiones por las que entusiasmarse? Lo cierto es que no pensé pasar por aquí para escribir poesía ni odas al amor, por mucho que me guste hacerlo. La oportunidad que me da este medio enciende mi espíritu crítico para defender la forma de vida que, entiendo, más pueda hacernos prosperar como individuos; hacernos más felices. Sin pretensiones de ningún tipo, por supuesto. Pero la realidad, la que yo veo y percibo, me lleva irremediablemente a la incredulidad, cuando no, a la desesperanza, al pesimismo. “¡Aborreced las bocas que predicen desgracias eternas!”, dijo Rubén Darío, a lo que probablemente le contestaría José Saramago: “Sí, soy pesimista, pero yo no tengo la culpa de que la realidad sea la que es”.

Ser negativo en los juicios propios afirma, por antítesis, la existencia de lo mejor, de la misma manera de quien está triste, lo está, porque sabe que le falta la alegría que anhela. Por tanto, el pesimismo que a veces nos invade cuando interpretamos lo que pasa a nuestro alrededor, avala a su vez la existencia del optimismo. Ya me siento más tranquilo. Puedo alarmarme ante la prepotencia de lo existente no porque me haya convertido en un imbécil aguafiestas, sino porque simplemente huyo de la docilidad y me resisto a perder mi deseo de volver a ver la vida con optimismo.

Cada vez con más frecuencia escucho a periodistas con decenas de años de profesión que afirman que nunca han vivido un momento político español más dramático que el actual, a empresarios que no resisten más que se les reprima por doquier sus capacidades de generar riqueza y se les represente como avaros explotadores, a trabajadores que no pueden pagar las facturas de luz ni las cuotas de alquiler, a jóvenes que no tienen ninguna perspectiva de prosperar ni formar una familia, a profesionales que se van del país para protegerse de la voracidad con la que el Estado pretende financiar su imparable orgía de gasto. Representantes políticos que no acatan la constitución y que vetan al jefe del Estado; mucho facha hijo puta y pocos verdugos comunistas; asalto a la justicia; coaliciones con proetarras; adoctrinamiento en las escuelas; permanencia de una ley electoral aberrante; idioma, bandera e himno escondidos para que otros no los escupan; hipertrofia burocrática; leyes que juzgan en función de la condición sexual; apropiación indebida de la moralidad; medios de comunicación vasallos; hambruna intelectual, frivolidad e infantilismo; insoportable intervencionismo; pérdida de libertades; cultura de la subvención y el subsidio antes trabajo, esfuerzo y emprendimiento… 

¿Ya no podemos aspirar a un país mejor?

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