Opinión

Las Caldas, eternamente incompleta

Amediados del siglo XIX, Puente Canedo tenía a la derecha del Miño, frente a Reza, tres construcciones parroquiales: el cementerio, la Casa del Cura y la Iglesia. Su párroco era don Cornelio Freijedo Sainz, al que sucedió don Germán Fernández Román. Se dio en 1905 una afortunada coincidencia. Cuando el entonces obispo de Ourense, don Eustaquio Illundáin, esperaba al arquitecto bilbaíno José María Basterra para encargarle una amplia reforma del Seminario, hacía el prelado la visita pastoral al Puente. Conoció las lamentables condiciones del templo, y aprovechó la visita del arquitecto vasco para encargarle un nuevo templo para Puente Canedo.

Cinco años más tarde, el 30 de julio de 1910 se colocaba la primera piedra, pero no se firmaba el contrato de obra hasta enero de 1915. Iniciaba la construcción Manuel García y en 1920 se daba por finalizada provisionalmente por el constructor José Pinto, concretamente el 28 de noviembre. Eran momentos importantes, ya que la única comunicación que tenía desde siempre con Ourense capital era la del Puente Romano, del siglo I –con repetidas reparaciones- y se inauguraba la segunda, el puente de hierro sobre el Miño –Puente Nuevo- en 1918. Ya en 1948 se construiría el viaducto del ferrocarril a Zamora, y en 1960, el llamado Puente del Ribeiriño.

Continuaba como párroco pontino en la nueva iglesia don Germán Fernández Román, hasta su fallecimiento el 30 de octubre de 1944. Le sucedería el que en ese momento era su coadjutor y profesor del Seminario don Jesús Pousa Rodríguez, nombrado párroco en 1946. El templo pasaba a denominarse Santiago de las Caldas, con la figura del Apóstol con 1,70 metros de alto en el retablo central, de 12,50 de alto y 8 de ancho, obra de Magariños, construido en castaño.

Era, efectivamente, una inauguración provisional que a la postre sería definitiva. La forma en que quedó su frente, sin rematar, lo denuncia con evidencia. Pero su terminación no sería ahora posible, muy complicada por la presencia de las construcciones contiguas, la escalinata, el desnivel sobre la calle… a pesar de que se ha pensado en ello en diferentes ocasiones. También por las ayudas que llegaron desde la Diputación con José Luis Baltar y la fuerte aportación supermillonaria de Florencio Alvarez González, que permitieron realizar mejoras en la entrada al templo y… otras obras que se consideraron más apremiantes en otros lugares de la Diócesis.

Vamos que Las Caldas quizás ya nunca será como el Santuario de la Virgen de Begoña de Bilbao, como pretendía José María Basterra, que diseñó los dos templos. Y no sólo en el frente, tampoco por quedar tan encajonada entre las avenidas de las Caldas y de Marín, podrá lucir los arbotantes exteriores que la circundan y que actualmente pasan desapercibidos entre las masivas actuales construcciones.

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