Opinión

Caperucita mola

Tengo escrito un libro hace tiempo y este año lo presenté a un premio literario que, por supuesto, no gané. Se titula "La Noche con Shere Khan" y narra las aventuras de un niño, Javi, que acompañado por Shere Khan y Sir Isaac Newton, recorre un mundo de fantasía en el que unos tipos, los Amos de la Nada, manipulan los libros, los cambian y hacen desaparecer a los personajes. En un capítulo el niño se entrevista con Mapinguari, un ser fabuloso, gigantesco, antiquísimo, sabio, medio tortuga, medio árbol. Y mantienen este diálogo.

– ¿Qué son dos letras en el inmenso océano de las palabras? Nada. Y sin embargo dos letras pueden cambiar una historia para siempre. De hecho una sola letra puede hacerlo. ¿Conoces al señor Buzatti?

– No –respondió Javi.

– Ya lo conocerás; es un gran escritor –añadió Mapinguari al tiempo que los pájaros levantaban el vuelo y, silenciosamente, abandonaban su cabeza–. Antes venía mucho por aquí. El buen Buzatti, ¿qué habrá sido de él? Un libro suyo, maravilloso, se titula “El desierto de los tártaros”. Pues bien, Javi, cambia las dos últimas “tes” por “bes” y tendrás un libro distinto: “El desierto de los bárbaros”. Y en sus páginas entonces ya no podría contarse la misma historia, ¿no crees? 

– No... supongo que no –dijo Javi dudando.

– Claro que no. Pero pongamos otro ejemplo más fácil. Caperucita Roja. Todo el mundo conoce esa historia ¿no es así? ¿Cómo crees que sería Caperucita Rosa? Distinto, que duda cabe, al menos en algo. ¿Y Caperucita Rota, o Sola, o Boba, o Mona, o Loca? ¿Y Caperucita Mola? Esta última estaría muy bien, ja, ja, ja –y Mapinguari se carcajeó sacudiendo la cabeza, golpeando el suelo con las dos patas delanteras y enseñando los dientes con el pico entreabierto, como si hubiera hecho un buen chiste. 

Newton también se rio un poco, por cortesía. Y Shere sonrió. Javi estuvo a punto de hacerlo. 

–¿Y Caperucita Sosa?, pensó–. Pero estaba demasiado fascinado por las palabras y el aspecto de Mapinguari como para reirse, y la tortuga enseguida retomó su discurso.

Vale. Mi novela sigue. No pondré más. Es un libro largo. Pero la reciente censura de más de doscientos cuentos infantiles clásicos en una escuela catalana por supuestamente sexistas y/o tóxicos según ellos me ha recordado este fragmento, pues entre los censurados está precisamente Caperucita Roja.

Esos censores de la escuela pública Tàber y de la asociación Terra Lleure no saben lo que son. O sí y les da igual. Son censores con todas las letras. Censores como los del franquismo y como los de todas las dictaduras o regímenes que se mantienen como una bota sobre sus ciudadanos mediante la mentira y la manipulación. Censores como aquel curita de la genial Cinema Paradiso que obligaba a Alfredo, el proyeccionista, a cortar los besos de las películas para que la gente no los viera. Pero ¿saben? la gente se va a seguir besando siempre. Caperucita mola.

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