Opinión

Carmen

Carmen trabaja desde hace años en el Congreso de los Diputados. Realiza tareas de limpieza y últimamente la conocen y saludan por la calle, pues su rostro, ataviado con el burka de rigor, sale en las pantallas cada vez que ha de subir a la tribuna a limpiar. Desinfecta el atril y micrófono, tras las intervenciones de sus señorías.

Hoy a Carmen, en el metro, jocoso, se le ha acercado un jubilado.

-¡Desinfecte bien señora! Esos tienen todo tipo de virus y venenos dentro, jajaja.

-Jeje, son educados -dijo ella-, me tratan bien. Conmigo se portan bien.

-Pero a que encuentra azufre cuando limpia, ¿verdad? Jajaja -inquirió, juguetón, el transeúnte-.

-Ya le digo que son buena gente... En privado son como usted y como yo.

Pero... hay una cosa…. que ya que me la pregunta, le diré. He observado que cada vez que limpio el atril tras las intervenciones de los de Bildu, además de las gotitas de saliva, suelo encontrar también algún leve rastro de sangre.

-¡No me diga!, ¿y qué más? ¿qué más? ¡diga, señora, diga!

-Pues mire usted, cada vez que bajan los independentistas, los de Cataluña, al subir siempre me toca limpiar algún resto de serrín -dijo Carmen, clavándole la mirada-.

-Serrín, serrín, qué me está contando señora… ¡Claaaro serrín!

-Ah, ¿y sabe otra? Cuando sube el matrimonio Iglesias, cualquiera de los dos, dejan un cierto resto de cloro. He de frotar bastante -reseñó Carmen acompañándolo con inequívoco gesto-. Digo yo que será de la piscina. De su piscina.

-Oiga señora, ¿y al hablar el presidente? Cuando sube y baja de la tribuna Pedro Sanchez…

-Pues mire usted -le interrumpió ella-, me alegra que me haga esa pregunta, porque cuando baja Sánchez y yo me allego a limpiar, no hay nada. Ni siquiera gotitas de saliva. Nada.

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