Opinión

Caro sería no poder votar

A ver cuándo escribes sobre la pasta que nos vamos a fundir este año en las elecciones y de lo que se llevan los partidos políticos", retó un colega de la pachanga de los jueves. Se trata de una fortuna, pero el supuesto dispendio no supera el coste de una estrella de fútbol de primer nivel que aplaude cuando se enfunda la camiseta en su equipo. Claro que sería capaz de pedir la vuelta de una limosna mientras se deja un potosí por una entrada de la final de la Liga de Campeones. Prioridades. 

El comentario sonó al aforismo "jugador de chica, perdedor de mus". Las elecciones generales del 28 de abril costarán unos 175 millones de euros, de los cuales 130 están destinados a la logística y 45 corresponden a subvenciones a partidos políticos. Sumen otra partida parecida de los comicios europeos y municipales –las elecciones autonómicas corren a cargo de las arcas de cada comunidad y a Galicia no le toca hasta 2020– y con esa cifra el presidente del Real Madrid, Forentino Pérez, podría comprar jugador y medio en el mercado veraniego para reforzar la plantilla, cantidad que se aproxima a lo que el Barcelona apoquinó por Dembélé y Coutinho.

Criticar el coste electoral es como viajar hasta Madrid a 50 kilómetros por hora para ahorrar combustible. Detrás de un proceso electoral hay una actividad económica potente y mucho personal ganándose el jornal. Ni siquiera el dinero que se destina a las formaciones políticas que consiguen representación admite reproche, porque cada uno es libre de montar un partido e incluso llegar a gobernar, como hizo Marea Atlántica en A Coruña en unos meses, Compostela Aberta o Ferrol en Común. Caro sería no poder votar, aunque predicar cuando siempre se ha vivido en democracia sale barato. 

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