Opinión

Carta abierta a la ministra Celaá

Señora ministra, apenas un político menciona una reforma, la mayoría de los ciudadanos empiezan a sufrir espasmos y sudor frío. Así, Reforma Fiscal no es sino el anuncio de una mayor presión para un incremento recaudatorio. Algo semejante a la invocación de una Reforma Educativa, la LOMLOE, ésta última por ende absurda, no ya por ser la revisión de una enmienda, sino por basarse en la Reforma del anterior Gobierno -hoy en la oposición-, por la que el PSOE escupió sapos y culebras, aceptándola ahora como fundamento de “su nueva reforma”, lo que viene a ser como admitir que el vino no era tan malo sino que lo que escocía es que se lo bebiera otro.

Ante la duda de si cuando usted ejercía como docente, al alumno que suspendía le daba la palmadita en la espalda y lo promocionaba al siguiente curso, añado, señora Celaá, que aunque resulta de perogrullo que la manera más fácil de que se entiendan un vasco, un catalán y un gallego es hablando en castellano, tampoco voy a perder el tiempo discutiendo la cuadratura del círculo, asumiendo que el choque frontal hacia la lengua española no es sino otro peaje más que su Gobierno debe pagar desde que inició su singladura con el zorro en el gallinero. Por eso, sin entrar a evaluar los puntos conflictivos que ya están levantando ampollas tanto en propios como en extraños, existen dos cuestiones esenciales que, como siempre, quedan en el cajón del olvido. Debo decirle, señora ministra, que ha hecho mal los deberes. Se ha limitado usted a liderar una reforma educativa más -la enésima-, a espaldas de las comunidades educativas y con la incómoda sensación de adoctrinamiento o, cuando menos, de endoculturización promovida por sus socios.

Porque solo hay una ley educativa útil y necesaria para el país: la que contemple sin exclusiones la participación de todos los agentes sociales involucrados en la educación, que se consensúe con vistas a su aplicación a largo plazo para que pueda dar sus frutos, lejos de una a contracorriente que incite a la oposición a una nueva reforma nada más vuelva a gobernar, y que se centre no sólo en lo superfluo sino en modificar tanto la estructura como la infraestructura educativa. Porque lo importante, además de paredes, puertas y ventanas, es el edificio y la base sobre la que se asienta.

Esta es una reforma más que deja en el tintero lo fundamental: la educación universal y gratuita, y la verdadera protección a estudiantes con necesidades especiales. La cuestión económica se pone de manifiesto ya en la enseñanza obligatoria, donde muchos padres se ven obligados a mendigar por los ayuntamientos ayudas para material escolar. ¡Pues no!. Una educación gratuita debe facilitar a cada alumno, desde el momento de entrar en el centro, todas las instalaciones, material, medios y recursos materiales y humanos necesarios para cursar satisfactoriamente sus estudios.

Su reforma, señora ministra, continúa lastrando el derecho de igualdad de oportunidades de muchos estudiantes que, siendo incluso brillantes, deben renunciar a estudiar al carecer de medios económicos, desistimiento que afecta en igual medida a las enseñanzas postobligatorias, ya sean de bachillerato, Ciclo Superior de FP, Enseñanzas Musicales y Artísticas, o universitarias. ¿De verdad cree usted, señora Celaá, que el montante de la beca es suficiente para cubrir estos gastos, y que todas las familias pueden adelantar tanto dinero desde el inicio de curso antes de percibir, no ya la beca, sino la primera fracción, allá por el mes de diciembre?

La otra cuestión se centra en los alumnos con necesidades especiales, con el objetivo de disfrutar de una formación que les permita incorporarse al mercado laboral y cumplir sus aspiraciones, que parte por asumir que las diferencias biológicas exigen requerimientos especiales y que la ley de mínimos, antes que facilitar su integración, sólo reduce el sistema educativo a mediocre. No importa si por ser ciego, padecer TDAH, o porque sea superdotado -que los tres pueden darse en un mismo niño-, empecinarse en la integración a dos o más velocidades sólo sirve para limitar sus expectativas y retrasar el ritmo de sus compañeros. Esta es la triste realidad de su reforma educativa, señora ministra: que en lo esencial y necesario no ha cambiado usted nada. Debería revisarla sin pasiones-que es como decirle que vuelva usted a examinarse porque ha suspendido-, y esta vez sin socios engorrosos, valorar que no hay mayor inversión para un país que su Educación.

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