Opinión

Cierre total: pandemia hoy y hambre mañana

En momentos de gran desasosiego por la magnitud de una tragedia que cada día nos abruma con datos sobre el número de contagiados y víctimas mortales como consecuencia de la pandemia de coronavirus, se está suscitando, casi instigando, a que el Gobierno decrete el cierre de toda actividad económica que no sea estrictamente necesaria para la supervivencia en estos tiempos de crisis. Esto supondría el cierre de sectores como el de la construcción, los servicios públicos no esenciales, la industria textil, maderera y un largo etcétera que implica millones de puestos de trabajo. Todo ello si quienes, como Pablo Casado, defienden el cierre total supiesen concretar al detalle en qué consiste el cierre total, como reflexionó con aplastante sentido común la ministra Nadia Calviño: “¿Cuando se habla de parón total, de qué hablamos? Porque para que un hospital funcione, tiene que funcionar la industria química, la farmacéutica, el textil para fabricar las prendas de los sanitarios, el transporte para que puedan llegar al hospital, el sector alimentario para alimentar a todos. Y hay otros sectores que siguen la actividad mediante el trabajo a distancia. Ya tenemos una actividad económica muy ralentizada y que además se está reorientando para atajar la crisis en algunos sectores”. Y esta cadena de actividades empresariales es aplicable al funcionamiento de otros muchos servicios e instituciones esenciales para salir en las mejores condiciones de esta pandemia sin precedentes. 
Es cierto que el número de contagiados ha ido creciendo de manera inquietante y la prioridad no puede ser otra que la de salvar el mayor número de vidas posible. Desde que se decretó el estado de alarma, cuando ya se contabilizaban 7.000 infectados en toda España, hemos pasado a 40.000, quintuplicando la cifra en menos de diez días. Si a esto le sumamos que el número de muertos está a punto de multiplicarse por diez desde los 293 que se registraban el 14 de marzo, es lógico que el panorama se vea de la manera más pesimista y la hipótesis que manifiesta un grupo de científicos promoviendo el cierre total de la actividad productiva sea actualmente un argumento defendido por políticos como el líder de la oposición.

Bloquear totalmente nuestra actividad, nuestra capacidad productiva, agregaría al balance de decenas de miles de enfermos, de miles de muertos, centenares de miles de pobres

Hay debates que los carga el diablo y, para abordar este, que no parece ahora mismo necesario, hay que ver la realidad en toda su magnitud y con amplia perspectiva. Solo así podremos comprender que cerrar toda la actividad productiva de nuestro país podría llegar a tener unas consecuencias tanto o más catastróficas que la propia pandemia. Todavía estábamos recobrándonos de la crisis de 2008 cuando esta situación nos ha sobrevenido, todavía débiles. La escasa capacidad de maniobra para salir nuevamente a flote se va a consumir en rescatar a familias y empresas de un estado en el que el número de expedientes temporales de regulación de empleo, consecuencia del cierre de empresas, se cuentan por decenas de miles. Ir más allá con las medidas restrictivas supondría cercenar ya toda posibilidad de recuperación a corto y medio plazo. 

El escenario que vivimos es asimilable a un incendio forestal global imparable. El retraso en combatirlo ha permitido que se extendiese. Ahora tenemos que afrontarlo creando amplios cortafuegos. Pero quienes sostienen medidas más drásticas, lo que están proponiendo es talar todos los montes. La desertización económica total. Una solución tan arrasadora como el mal que pretende combatir.

Hemos sido testigos del retraso en la aplicación de medidas efectivas para frenar la pandemia. Por ejemplo, la falta de información precisa sobre la magnitud de los hechos, que solamente se puede obtener a partir de las pruebas o test sistemático a la población. Cuando en Corea del Sur o en Alemania se realizaban a una media de diez o quince mil pruebas diarias, en España solamente se realizaban unos centenares. Eso explica que los casos que ya existían hace semanas y que contagiaban en su entorno, empiecen a aflorar ahora, después de haber propagado geométricamente la enfermedad. Los cuarenta mil que hoy se señalan seguramente era los que había hace diez o doce días. La realidad de hoy estará muy por encima del doble, pero todavía no se han hecho pruebas suficientes para detectarlos. Esa falta de información próxima a la realidad, unida a la falta de medios con las que los profesionales sanitarios tuvieron que enfrentarse a la pandemia, son las causas principales de lo que hoy vivimos.

Una falta de medios, no podemos olvidarlo, herencia de una crisis económica que dejó muy mermada nuestra capacidad de respuesta ante adversidades como la que estamos padeciendo. La inercia de los datos va a seguir alarmándonos hasta que empiecen a notarse los efectos de las medidas adoptadas hace diez días. Es una dolorosa paciencia a la que hay que enfrentarse sin buscar salidas, que no soluciones, desesperadas como sería el cierre total de la actividad empresarial. 

Nos enfrentamos a una pandemia que nadie de nosotros ha vivido jamás. Vivimos con angustia este clima de miedo, de dolor e incertidumbre que nos rodea. Pero se van viendo avances, señales de luz al final del túnel en otros países. En Galicia y en Ourense, la dispersión de la población que tanto nos ha preocupado hasta ahora se ha convertido en un inesperado aliado, y hay voces que dicen que el momento crítico llegará en unos días. Luego, la cuesta abajo. La solución parece encauzada, con la absoluta implicación ciudadana desde el primer momento. De modo que bloquear totalmente nuestra actividad, nuestra capacidad productiva, agregaría al balance de decenas de miles de enfermos, de miles de muertos, centenares de miles de pobres. España quedaría asolada por la pandemia, pero también por la pobreza y el hambre. Con responsabilidad, disciplina y paciencia, saldremos de ésta fortalecidos. Tal vez antes de lo que ahora esperamos. 

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