Opinión

El coche del carnicero y la "mili de Chicho"

A Argimiro Prieto, el hijo de Eduardo “Custodio”, es decir a Chicho, no le sorprendió que se asomase a la entrada de la peluquería el propio Fernández Carnicero, el farmacéutico, y dijera en alto: “A ver si me puedes acompañar en mi coche hasta el chalet de Cambeo”. Era como pedir la autorización del padre del chaval para que pudiera salir. No hubo problemas. Y subió al reformado coche.

El coche recién comprado por Carnicero era un curioso modelo de Peugeot, requisado durante la guerra. Había que viajar sin prisa, porque ya de por sí era lento. A Carnicero no le gustaba aquella carrocería de lona. Y pidió a su íntimo amigo Pegerto Caride que lo modernizara un poco. Se esmeró, pero tanto, que luego aún podía menos. La carrocería pesaba mucho más. “Por eso -decía Chicho- subíamos por la carretera a paso tan lento que los chiquillos salían a nuestro paso sorprendidos, corrían a nuestro lado gritando e incluso se ponían delante”. Don José no se inmutaba. 

Sería incalculable el tiempo invertido en la ida y la vuelta a Cambeo. Pero el caso es que el farmacéutico estaba orgulloso con su coche y siempre que podía echaba mano de él para, por ejemplo, ir al centro, a Ourense. Como aquella mañana que, cuando iba a salir, vio en la esquina a Daniel Martínez Lucas, el frutero murciano establecido en General Mola. “Don Daniel, ¿va para Orense?, ¡pues suba que lo llevo!”.

Socarrón, bromista… vio como despacio, muy despacio, rodaban calle abajo hacia el Puente Romano. Con marcha todavía más lenta, cuesta arriba, el coche iba subiendo, subiendo. Cuando estaban a punto de coronar el alto del puente, el murciano soltó: “¡Qué bárbaro, llevo media hora viendo agua… ni que estuviéramos cruzando el Misisipi!”. Aquello era demasiado y Carnicero no lo aguantó. Reaccionó de inmediato: “¡Haga el favor don Daniel, baje y siga a pie. De mi coche Ud. no se ríe!”

Se acercaba Chicho a la edad de cumplir el servicio militar. Y para no salir de Ourense ingresó como voluntario. Todos los fines de semana venía a casa. Pero de pronto, dejó de hacerlo. “No sé qué pasa, que no me dan permiso, tengo que quedar en el cuartel”. Custodio buscó una recomendación. Quería saber la causa de retenerlo. Un cliente de la peluquería, destacado militar, hizo la gestión. “¿Por qué no dejáis salir a Argimiro?”. “¡No, no puede hacerlo! Mira su ficha, aquí lo pone bien claro: ‘Religión, protestante’, se hizo protestante y entonces no puede salir”. “¡Qué va, hombre!, no es protestante, él es amigo del farmacéutico Carnicero, que ese sí es protestante, pero el chaval, ni hablar”. La recomendación, la aclaración. surtió efecto.

Y Chicho Custodio pudo salir aquellos días de julio para vivir de las Fiestas de Santiago en el Puente. Precisamente cuando Manolo, cuñado de su padre y ayudante en la peluquería, con su familia, se hacía protestante. Pero de verdad. Cosas de la vida.

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