Opinión

La desdicha de ser portavoz

Hay que entender que no es fácil ejercer como portavoz de un Gobierno como el de Pedro Sánchez. Quien acepte esa responsabilidad -a nadie que no quiera hacerlo se le puede imponer por la fuerza esta tarea- debe saber que va a tener que hacer maniobras orquestales en la oscuridad. Una mala costumbre y una buena banda.

En todo caso, una cosa es la asunción de misiones difíciles y no carentes de riesgo, y otra muy distinta utilizar la propia incompetencia en el desempeño de la tarea y sembrar el caos. Carmen Calvo, titular del cargo de un tiempo a esta parte y desde que por alguna razón que desconozco aunque sospecho, se ha deslegitimado a la portavoz habitual, una desastrosa Isabel Celaá, ha ofrecido un auténtico recital de disparates, ha complicado más aún las cosas que ya de por sí nacían complicadas, y ha demostrado en el escaso tiempo que lleva ejerciendo, lo profunda sabiduría que se encierra en el dicho popular “zapatero a tus zapatos”.

El expediente profesional de la vicepresidenta no es como para aspirar a un reconocimiento internacional pero tampoco es un desierto. Si uno se atiene a las informaciones que aparecen en la red, hay que reconocer que es incluso brillante. La mayor parte de estos currículos están redactados con carácter muy amable y tienden a consolidar la imagen de su protagonista de cara a la galería.  El de Calvo puede inspirar algunas sospechas de haber sido retocado pero en definitiva, estamos ante una licenciada en Derecho especialista en Constitucional, que ha sido consejera, ministra y vicepresidenta del Congreso.

Ignoro cuáles son sus atribuciones como vicepresidenta. Presiento sin embargo cuáles son sus carencias en su función de portavoz. Son tan evidentes y tan alarmantes que no hace falta extenderse mucho y basta echar simplemente mano de sus últimos laberintos, especialmente a los que se refieren al jocoso experimento del relator que Torra coló hasta la bola, y los vericuetos de una explicación ininteligible y absurda que necesitó su presencia, cuando los periodistas se liaron a preguntar cómo se comía aquella falacia. Calvo, se negó a sí misma al menos tres veces. Y además se le ha puesto cara de vinagre con lo simpaticona que era antes. Una tragedia, vamos.

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