Cartas al director

A Doña Paz Carballo Losada en su 100 cumpleaños

Nació usted, doña Paz, el 21 de abril de 1916 y, en ese momento, quienes sabían de su nacimiento y caminaban para verla por primera vez en Lamagrande de Melias, donde nació, pensando en usted prestaban atención a la belleza que, en ese instante, mostraban los “carballos”, tan gallegos, diseminados o salpicándose en la pequeña aldea y, los más, erigiéndose en amos de los bosques frondosos y exuberantes que rodeaban a Lamagrande en esa época. Los que conocían nuestros “carballos”, sabiendo que las luces de los árboles no eran capullos sino brotes de tierna hoja clara, pensarían que habían surgido queriendo adelantarse un poco en el tiempo, porque no podían resistirse a estar presentes en su nacimiento, doña Paz, y porque así, además, conseguirían ser más rápidas en vestir íntegramente las desnudas ramas, para quedar preparados para el momento en que usted, doña Paz, con sus ojos de miel abiertos a la vida, pudiese mirar por la ventana de la casa de sus abuelos paternos, y ver nuestros “carballos” engalanados, con ese vestido de fiesta e intenso verde de unas hojas modeladas por la naturaleza en forma de corazón, con sus bordes haciendo lóbulos redondeados.

Inconfundibles. 

Pero además, mi querida doña Paz Carballo Losada, no solo nació usted envuelta en la dulce primavera, ante la belleza del “carballo” que iniciaba su vestimenta de festivo verde y la de la impoluta nieve de los cerezos. También llegó usted a la vida, doña Paz, envuelta en el manto de la infinita ternura de una madre, Plácida Losada Torviso; envuelta en el manto de inocencia de los dos años de su hermano Manuel, que no saldría del asombro al coger su mano entre las suyas y escuchar a su madre decirle: “Manuel. Es tu hermana”. Y llegó usted a la vida, doña Paz, envuelta en el manto del inmenso amor de su padre, Félix Carballo Cid, que llenaba el ambiente del hogar por la simple razón de su existencia, aunque físicamente y en ese instante estuviese ausente en Cuba, emigrado para luchar por su familia y llorando. Llorando por no poder viajar a Lamagrande en un alado pájaro de luz, para poder asir con su mano la mano de su esposa, confortándola y reafirmándole su cariño. Llorando por no poder mirarla a usted en el momento de nacer, aunque solo fuese unos minutos para así saberla, aprenderla, llevarla fijada en la memoria para hacerle más liviano el esfuerzo de su trabajo en Cuba. Llorando su padre, doña Paz, porque si el alado pájaro de luz no le transportaba a Lamagrande, al menos ansiaba que en mágico milagro sus lágrimas pudiesen llegar y entremezclarse con el llanto de vida que usted emitió tras las tenues palmaditas que abrieron sus pulmones a la vida. 

Han pasado cien años, doña Paz. Me senté frente a usted en su casa hace unos días. La miraba yo y sonreía porque sigue siendo usted hermosa. Observaba yo su rostro y escuchaba atentamente las cosas que me contaba de su vida, y entonces, mi sonrisa de admiración hubo de hacerse visible, al percibir como mantiene su memoria en niveles dignos de envidia triste, que no enojada. Sigue siendo usted hermosa, doña Paz, pese a su cuerpo delicado y las leves arrugas de su rostro que lejos de afearla, remarcan una delicada belleza que solo sobreviene con los años, cuando se sabe apreciarla.     

Miré sus manos. En un momento hice una caricia en el dorso de una de ellas y percibí en mis dedos y en mis ojos el discurso de sus tendones que parecían indicarme que, pese a los años y a su aparente fragilidad, aún estaban ahí, como sus músculos y sus huesos, para servirla y permitirle caminar con su paso leve y así, protegida por su hija Loli o por los brazos fuertes de alguno de sus dos nietos, Alberto y Mariano, para salir cada día caminando, despacio, desde su casa en Cardenal Quiroga hasta su “Casa de los Lentes”, único y espléndido núcleo de la dedicación de toda una vida y en donde, aún ahora y hoy, cumpliendo los cien años, satisfará sus ansias de cumplir con su deber querido, haciendo algún trabajo liviano, pero útil, sentada en una silla para evitar el cansancio. 

Sigue usted, doña Paz, enamorando a las personas con sus frases meditadas, prudentes y plasmadas con una delicadeza que no pierde ni en momentos en que algún dolor tiene la osadía de estorbarla. Sigue y seguirá siendo usted, doña Paz, la fuente de mi admiración, el agua limpia a la que quiero profundamente. ¿Cómo no, si usted ha sido constante presencia en momentos importantes de mi vida? Sigue siendo usted, doña Paz, la fuente de mi deseo para que, el año que viene, el 21 de abril, a sus 101 años, pueda volver yo a dirigirme a usted, como siempre, a felicitarla con una carta que busca ser tierna, porque la ternura es lo que usted se ha ganado con su forma de ser de cien años de existencia.

Feliz cumpleaños, doña Plácida Antolina Carballo Losada, doña Paz Carballo Losada, doña Paz, Pacita. Feliz centésimo cumpleaños.