Opinión

Dormirse en los laureles

Los cuentos de Astérix y Obelix nunca fueron los mismos después del fallecimiento de René Goscinny, el gran guionista de las aventuras de estos irreductibles galos, que marcaron sin ninguna duda parte de cómo ven la vida adulta de millones de personas. Todavía es hoy es el día que con mis íntimos utilizamos algunas de aquellas expresiones inolvidables que genialmente salpicaban los guiones de aquellos cómics: ¡¡“Ferfectamente”!! Los Laureles del César es uno de los grandes de la colección. Por una apuesta tabernera Astérix y Obélix se ven obligados a viajar hasta Roma para conseguir el laurel de la corona de Julio César. Un elemento que en Roma tenía una simbología muy especial, ya que era entregado para premiar una relevante gesta o meritorio trabajo de alguien. En ocasiones, la corona era de oro, lo que permitía a quien la recibía vivir un largo periodo de tiempo sin trabajar como hasta entonces. Así, la expresión “Dormirse en los laureles” se utilizó para quien creyese que ya había alcanzado el tope de su carrera y dejase de esforzarse como antes. También el refranero español no se olvida de alertar en que debemos mantenernos siempre alerta y atentos, a riesgo de perder todo aquello que hayamos conseguido: “Camarón que duerme se lo lleva la corriente”, dice. 

¿Cuándo empezamos a dormirnos para llegar hasta el delirio independentista catalán? Desde esta columna siempre se ha defendido el derecho de secesión de los territorios. Sería una contradicción defender el derecho inalienable de agruparnos voluntariamente con otros individuos y no reconocer el derecho de poder separarnos. ¿Es eso ser independentista? En absoluto. ¿Significa que defiendo la celebración del referéndum de secesión? Pues sí, por mucho que duela. ¿Cuál es el problema? Pues en cómo hemos llegado hasta aquí. Ciegos quienes parieron en la transición la ley electoral, e innombrable la abstención de los políticos en cambiarla. Impudor partidista de quienes utilizaron el apoyo nacionalista a cambio de permitir que Cataluña fuera una islote ajeno a la corrupción y regado de financiación para el saqueo continuado de sus dirigentes. Aprendices permanentes quienes no quisieron ver que el insaciable escorpión al que alimentaban para que mantuviese a raya los ímpetus nacionalistas, al revés, los alentaba con alevosía, para hacerse todavía más esencial en sucesivas negociaciones. Desvergüenza de quienes con su insoportable oportunismo pusieron por delante sus delirios de estadista de poca monta para no darse cuenta de lo esencial. Traidor quien alinea para sí mismo y subvenciona a los medios de comunicación para hacerlos cómplices de callarse ante lo que sucede, sabiéndolo. Desidia del holgazán quien piensa que los problemas se arreglan por resilencia, por inacción, por caducidad. Codicia de quien a cambio del poder es capaz de poner en riesgo todo aquello que habíamos ganado. 

Ahora tememos que “el cielo se caiga sobre nuestras cabezas”, pero nadie previó las consecuencias de sus irresponsables actos. ¿O sí? Todos ahora con sueldo vitalicio, chófer y secretaria.

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