Opinión

Einstein en Barco de Valdeorras

He tenido la tentación de buscar la veracidad de este tema con mis amigos Ángel Fernández o Castro Voces. Pero si les viese dubitativos no me atrevería a publicarlo y te birlaría el  gozo enorme de sentirte, con pleno derecho, partícipe  de éste que, hasta ahora, ha sido un secreto mal guardado.    

Albert Einstein mantenía una relación epistolar con un médico de la localidad al que conoció en su natal Alemania. Esa confianza dio al  Real Casino la oportunidad para llamarlo a dar una conferencia. Fue un domingo de 1.952. Lo más granado de la villa, entonces no tan populosa y ruidosa como hoy, pero sí tan bella, llenó el local. Tengo entendido que no faltaron los ingenieros de la zona, muy rica en feldespato, pizarra y wolframio, y no me pararé a contar que las fuerzas vivas, boticarios, maestros, curas, señoras de bien, comandante del puesto, alcaldes de Vilamartín y A Rúa - entonces en plena disputa sobre la primacía de la villa de la Cigurria sobre O Barco - … estaban allí. No cabía un alfiler, que diría mi tía Maruja la costurera. Entonces ya la prensa se hacía eco de cómo había escrito en 1.905 un librito sobre la Relatividad Especial y que en 1.915 lo había hecho sobre la Relatividad General con una Teoría que fue lo más de la época.

Pues aquel físico de cuerpo menguado e inteligencia múltiple llegó a la villa el día anterior. No era conductor, poca gente lo era, y lo traía un chofer  que tuvo que detenerse a la altura de Sobradelo. A esa altura el  famoso  era un ser humano con retortijones. ¿Cómo dar la conferencia mañana? Supuso un verdadero problema cuántico. Imposible suspender la conferencia. Es más, acababan de avisar a su doctor amigo, en cuya casa durmió de mala manera, que era muy posible que asistiese el Obispo de Astorga, el Ilmo. Mérida Pérez. Como hombre inteligente que era halló, en charla con su chofer la solución: Tú me sustituirás. ¿Cómo yo? Pues claro…siempre eres mi chofer y sabes lo que digo en cada conferencia. Diremos que las fotos en la prensa eran pocas por el coste del huecograbado y no se conocía su aspecto.

Allá llegó recibido con música el bueno del chofer y habló y habló lo que pudo y como pudo. Para parecer extranjero, de vez en cuando, arrastraba alguna “erre”. Al final de la disertación se hicieron las habituales preguntas al conferenciante. Ante una de ellas el hombre, perplejo, se sintió perdido y ésta fue su salida, señalando a Einstein: Eso…que usted me pregunta es tan fácil que se lo va  a explicar el bueno de mi chofer.  Entonces el físico, con dolor de tripa, algo dijo… pero fue acallado por su Ilustrísima: No hemos venido de lejos para oírlo a Usted. Creo que con lo que ya se explicó en la conferencia, todo quedó claro. Aplausos, muchos aplausos.

Mi amigo Pepe y José y Pablo, desde la imprenta, me dicen, mientras se echan conmigo unas risas, que tienen la “impresión” de que esto de Einstein  podría ser un bulo. Por si acaso…hemos querido traerlo aquí y aprovechar para  recordar esta villa preciosa y acogedora   que casi siempre se acuesta  apacible sobre el malecón y  se levanta plácida, dicharachera y moderna.  

Los retortijones por aquellas cerezas, aún verdes, de Salas de la Ribera  bien pudieran estar en el origen de su estudio sobre la curvatura de la luz. Vamos… digo yo.

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