Cuando el experto soldador vasco Francisco Gutiérrez fue enviado a Ourense para trabajar en el montaje del Puente Nuevo, nunca pensó que iba a quedarse aquí definitivamente. Aquí formó su familia y llegaron sus hijos. El mayor, rebelde, que desde el primer momento mostró un total rechazo a asistir a clase, y viendo la imposibilidad de que estudiara, trató de enseñarle el oficio de soldador en el taller que ya llevaba años funcionando en el Puente. Tampoco lo aceptaba el inquieto chaval.
Se llamaba Rodolfo Gutiérrez. Aquel chiquillo sólo parecía gustarle el fútbol y su debilidad era escaparse e ir a jugar al campo donde se celebraba la feria del Veintiuno. Pero su padre insistía y lo retenía en el taller. Y Rodolfo, a fuerza de darle vueltas, encontró la manera de solucionarlo: se dejó coger varios dedos de una mano por una máquina y así, evidentemente, no podía trabajar. Y como al fútbol se juega con los pies, volvía a reaparecer en el Veintiuno todas las tardes.
Rodolfo insistía. Y cada vez que tenía que ir al médico, el doctor Lloria, metía bastante tiempo la zona herida en agua para retrasar la cura. Cuando el médico lo descubrió, llamó al padre y le advirtió que podría perder los dedos heridos.
La fama futbolística que empezó a coger el muchacho haría que lo llamasen de los pueblos para participar en partidos domingueros. Hasta que lo fichó la UD Orensana y luego lo llevó para Riazor el Deportivo. Ya, finalmente, fichó por el Zaragoza, a donde lo llevo su entrenador, el alaricano Carriega. Era un gran defensa: “Pero cuando disfrutaba a tope era marcando a Di Stefano, Zarra o Kubala, me salía perfecto; pero con el que no podía, era con el sevillista Araujo. Me desconcertaba.”
Sentía pánico ante los médicos. Una vez, teniendo que pasar un reconocimiento federativo, se tomó un purgante; se hizo con un impreso del médico, lo copió de un compañero y falsificó la firma del doctor. En otra ocasión, en un viaje a Madrid, pasaban un control médico. Tomó un laxante “Laxen Busto” y después en el hotel Tanagel, que era todo lo contrario: pudo jugar marcando a Gento.
Un día en el Pilar, estando en misa, se le hacía tarde para coger el autobús con sus compañeros. Salía antes de tiempo y como lo conocían, para disimular, se detuvo a rezar, pensó, a la Virgen. Le salió un partido fenomenal. Y ya iba siempre los días de partido a rezarle, creía, a la Virgen del Pilar y resulta que era San Pancracio. Se echó novia en Zaragoza y a la familia de la chica les gustaba mucho que fuera tan devoto, tan religioso… y siguió yendo todos los domingos… ante San Pancracio.
Como pontino, en vacaciones, su debilidad era gastar bromas a los amigos. Un autentico especialista. Pero eso os lo cuento otro día.