Opinión

El trote fue brutal

Me acaban de regalar un libro. Cielo santo, lo abro, miro las fotos. Bum. Flashes recorren mi mente. Me detengo en una foto: el guitarrista aprieta las mandíbulas con furia. Ya sabes, a veces un buen solo de guitarra es como el silbido estremecedor de la serpiente de cascabel. Ahí está Miguel, que corre por el escenario como si en ello le fuese la vida. Como si hubiese convocado toda la furia de Aquiles.

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(Ilustración: Alba Fernández)

Pero te cuento, hermano. Acaba de salir un libro que analiza con meticulosidad la mayor movida roquera de la historia de este país. Seguro la recuerdas, el “Rock & Ríos”, aquel histórico verano de 1982. La escribe un bilbaíno, Josemi Valle, en la editorial Efe Eme. El autor ha hecho una investigación exhaustiva de aquella gira alucinante que puso el país patas arriba. No me digas, colega, que no estuviste allí. ¿Recuerdas? Luz, Leño y Miguel con sus “icónicos pantalones ceñidos y a rayas”.

Pero, colega, quiero hablarte del lado más humano de la gira. Mira tú, “El blues del autobús” lo escribió Víctor Manuel en un pispás en un ensayo. Yo tardé un tiempo en escribir “Generación límite” y, por ejemplo, “Banzai” la hice en la servilleta sucia con el lápiz que me prestó un camarero en el Café Comercial de Madrid.

Te digo, Miguel tuvo que tragarse algunos sapos. Cómo es la vida, nadie sospechó que aquel disco que se grabó en directo el 6 y 7 de marzo de 1981 iba a romper todos los récords. Sucedió que los managers vendieron algunas fechas antes del bum a precios muy a la baja. Qué entrañable historia la de aquellos cuatro jóvenes de un olvidado pueblo de Cáceres. Zorita se llamaba. Conque en noviembre se plantaron en Madrid. Les habían dicho a los vecinos: “Este año para las fiestas vamos a traer a Miguel Ríos”. Contactaron con los managers y por 750.000 pesetas firmaron un contrato. Miguel actuaría en su pueblo el día 14 de agosto, sus fiestas. Cuánto les costó reunir el dinero.

Pero el milagro ocurrió, el “Rock & Ríos” fue la bomba atómica. Todo dios cantaba “Bienvenidos". Los campos de fútbol repletos, las grandes plazas de toros no eran suficientes. Yo conocí a José Luis, uno de los cuatro emprendedores jóvenes. “Estábamos asustados, nuestra plaza sólo albergaba dos mil personas”. Pero enseguida los buitres volaron sobre Zorita. El negocio estaba claro. Llegó un representante y le expuso en la mano un cheque por valor de veinte millones de pesetas. “Os compro el contrato, y yo los llevo ese sábado al Sánchez-Pizjuán de Sevilla”. Cuenta Josemi que otro fulano superó la mareante cifra. La misma música: “Os compro el contrato y me lo llevo al estadio Luis Casanova de Valencia”.

Pero los cuatro jóvenes no podían fallarles a sus vecinos. En el pueblo dudaban de que llegaran allí Miguel y los suyos. Pues allí actuó Miguel el 14 de agosto de 1982, en Zorita. Cielo santo, los dioses debieron soplar sobre ellos porque allí se convocó una multitud bíblica. Dice Valle que los cuatro chicos estaban muertos de miedo ante la posibilidad de que hubiese víctimas por aplastamiento. Un milagro, todo salió bien.

Como la vida misma, hermano, yo estaba en Oviedo con toda la troupe aquel jodido martes 21 de septiembre de 1982. Viajaba con Miguel en calidad de letrista y el jefe Carlos Narea me iba dando temas para que les pusiese letra. Nunca olvidaré aquel día, eran las fiestas de San Mateo. Sucedió, por momentos caía una lluvia del demonio. Lo cierto es que apenas había toldos en la plaza de toros de Oviedo. Así que a las tres de la tarde Miguel decidió suspender el concierto. Se anuncia por todas partes la suspensión. Era verdad, en esas condiciones y con un delicado y gran equipo cualquiera podría electrocutarse. Se armó un gran lío. Las autoridades insistían en que la actuación se llevase adelante. “No cantaré en esas condiciones”. La que se armó. Airados jóvenes incluso rompieron lunas de escaparates.

La escena fue así. La troupe liderada por Miguel cenábamos en el comedor del hotel. Entran un par de individuos con gesto torvo. Llaman a Miguel aparte: “Tienes que venir a declarar a comisaría con nosotros”. Aún deben andar por ahí las fotos del cantante rodeado de policías y aquel titular del periódico: “Un chulo llamado Miguel Ríos ha pasado por Oviedo”. No se habla de otra cosa en toda España. Nada, ni llamadas de políticos. La noche en el calabozo.

(En mi vida hay un antes y un después de aquella gira. Cuántas confidencias con Luz y Tony Urbano, bajista de los Leño ya fallecido. El último concierto en A Coruña. Y al día siguiente, ay, hermano, recuerdo cómo bajaba uno a uno del autobús en la plaza de Berlín en Madrid. El trote había sido brutal. Como si todos saliéramos de un sueño. Prefiero no contarte de la resaca…).

Josemi Valle. “Rock & Ríos. Lo hicieron porque no sabían que era imposible”. Editado por Efe Eme. Recomendable.

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