Opinión

La energía nuclear en la transición energética

El pasado mes de diciembre se celebró en Madrid la COP 25 o cumbre del clima, en la que se constató, una vez más, el enorme reto al que se enfrenta la humanidad y que, con frecuencia, no llegamos a abarcar en toda su magnitud. Existe un consenso científico acerca del fenómeno del calentamiento global y de su origen antropogénico, causado por las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), principalmente CO2 proveniente de la combustión, que en estos momentos es la base de alrededor del 90% de toda la energía primaria que consumimos.

Centrándonos en las emisiones de CO2, a pesar de las continuas declaraciones de los políticos a nivel mundial, éstas han venido aumentando de forma casi ininterrumpida desde la revolución industrial, y este es el criterio para evaluar los decepcionantes resultados de las políticas que se han venido aplicando.

La energía es uno pilares fundamentales del bienestar de la sociedad y del desarrollo de cualquier nación. Garantizar su disponibilidad, capacidad de suministro y coste deben ser un objetivo prioritario que cada país o región, en función de sus características (disponibilidad de recursos naturales, criterios políticos, etc.), debe acometer de la mejor forma posible. Un buen diseño del mix energético, que garantice este pilar, debe tener en cuenta tres cuestiones, en ocasiones antagónicas, que se han de resolver de forma equilibrada y que podemos definir como el “trilema” energético que configurarían la ecología, la economía y la seguridad y calidad de suministro.  

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La solución a este “trilema” es una cuestión compleja, que además evoluciona por los avances tecnológicos y la disponibilidad de recursos y que, por tanto, debe ser tratada con una visión a medio plazo, de acuerdo a criterios técnicos y evitando caer en soluciones demagógicas, cortoplacistas o poco meditadas.

Nuestro país, cumpliendo con sus compromisos internacionales, ha asumido el objetivo de ser climáticamente neutro en 2050. De aquí al 2030, el nuevo borrador del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030, publicado en enero de este año, prevé alcanzar una penetración de renovables en la generación eléctrica del 74%. Del mismo modo, plantea una reducción de emisiones GEI del 23% respecto a 1990, en base a la mejora de la eficiencia energética, la amplia electrificación de todos los sectores y la producción de electricidad con fuentes no emisoras.

Se trata de una enorme transformación de todo nuestro tejido productivo y, por consiguiente, de una oportunidad de mejorar nuestra competitividad como país, pero también, paradójicamente, de una amenaza de perder competitividad si esta transición no se hace de forma adecuada. Competitividad y riqueza van de la mano, por lo que nuestro bienestar, en este futuro plenamente electrificado, va a depender en gran medida de contar con un sistema eléctrico eficiente y seguro. Carecer de él puede suponer un daño irreparable para toda una generación.

En este contexto, el carácter no emisor de GEI de la energía nuclear, la convierte en aliada irrenunciable hacia un futuro libre de emisiones y así es reconocido por cada vez más gobiernos y organizaciones medioambientales y científicas, incluido el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, que sirve de referencia en las cumbres climáticas.
En estos momentos existen 442 reactores nucleares en operación, 53 más en construcción y 109 en fase de planificación en todo el mundo, que suponen el 10,4% del total de energía eléctrica producida en 2019, casi el doble del conjunto de solar y eólica. Además, todas las grandes potencias mundiales tienen planes de desarrollo tecnológico y comercial de nuevos modelos de reactores nucleares avanzados. En Europa, ocupa a unos 800.000 profesionales, generando el 26% de la energía eléctrica, lo que representa cerca de la mitad de la electricidad libre de CO2.

Un dato más, que es significativo de hacia dónde se mueve el mundo en estos momentos: este año es muy probable que China adelante a Francia para situarse como el segundo país, tras Estados Unidos, en el ranking de productores de electricidad de origen nuclear con la entrada en servicio de entre 6 y 8 nuevos reactores.

En España, en 2019, por noveno año consecutivo, la nuclear fue la primera fuente de generación con un 21,4% del consumo nacional de energía eléctrica, representando el 36% de la electricidad libre de emisiones de CO2. Todo ello gracias a los 7 reactores en operación y una industria de apoyo que conforman un sector que da empleo a cerca de 30.000 personas, con puestos de trabajo de calidad y elevado nivel de especialización, que exporta y que mantiene un alto nivel tecnológico.

Gracias a las continuas inversiones en su actualización, junto con la experiencia acumulada en su operación, los reactores españoles son hoy más seguros, modernos y eficientes que el primer día de su entrada en operación. Prescindir de un activo como este, en plena vigencia de funcionamiento, que produce electricidad libre de emisiones, de forma continua, durante todo el año y garantiza la estabilidad y calidad de la red, es un lujo que seguramente no nos podemos permitir. En Estados Unidos, prácticamente la totalidad de sus casi 100 reactores nucleares tienen licencias de operación hasta los 60 años y 4 de ellos ya tienen licencias hasta los 80 años, constituyendo un aspecto central de la transición energética americana. 

Otro aspecto a destacar es la enorme densidad energética del combustible nuclear, que facilita enormemente su disposición una vez agotada su vida, el combustible gastado, cuya gestión aparece de forma continua en los medios. Para hacernos una idea, todo el combustible gastado generado por los reactores españoles, desde su inicio hasta el final de su vida prevista en el PNIEC, cabe en un campo de futbol ocupando una altura de 1,2 metros. Extender la vida a 60 y 80 años, sólo añadiría unos centímetros más de altura. Esto nos da una idea de que la gestión de este combustible, perfectamente resuelta desde el punto de vista técnico, plantea costes y recursos similares cualquiera que sea la vida de los reactores.

Esta alta densidad energética del combustible hace que exista un stock en España que permitiría la operación de los reactores durante un periodo de unos 3 años, constituyendo así una reserva estratégica ante cualquier eventualidad.

Cuando se habla de tecnologías a desplegar dentro de 30 años, debemos de ser muy cautos. Afirmar, como se hace con frecuencia, que en esa fecha el mix energético óptimo es uno u otro es absolutamente baladí. Es evidente el progreso que han tenido, y seguirán experimentado las tecnologías solar y eólica, como también lo tendrán otras tecnologías, algunas desconocidas hoy en día, sin que se pueda descartar ninguna fuente de energía a priori. La energía nuclear está experimentando una fuerte innovación, tanto en las tecnologías de fusión como en las de fisión, utilizadas en nuestras centrales actuales, con reactores cada vez más seguros y eficientes que comenzarán a desplegarse a escala industrial a finales de esta década.

Estoy convencido de que la transición energética española se facilitaría notablemente, desde todos los puntos de vista, manteniendo en operación los 7 reactores actuales hasta los 60 años de operación, y más allá mientras sean seguros y de que, en el futuro más lejano, se va a seguir contando con distintas tecnologías nucleares para abastecer la creciente demanda de energía de un mundo cada vez más poblado, rico y sostenible. Espero que nuestros líderes políticos entiendan la enorme importancia de contar con un sistema eléctrico competitivo y sostenible y actúen en base a razones técnicas, científicas y medioambientales, dejando a un lado criterios políticos y populistas.

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