Opinión

Espacios en rotación: Nueva York

En mis años como profesor en la Columbia University, situada entre el Riverside Park y Morningside Heihgts, tuve la ocasión de patear físicamente el centro de Manhattan. Asumí que era la mejor manera de conocer una ciudad, asombrosa, dinámica, llena de vitalidad. Mis espacios preferidos: Time Square, en su cruce con la Calle 42 y la Séptima Avenida; Washington Square, un concurrido centro situado entre New York University y el Greenwinch Village, y las torcidas callejuelas del bajo (lower) Manhattan. Caminas por la aceras, miras a un lado y al otro; te paras, diriges la vista hacia lo alto, te detienes y una vez más te sientes como atrapado en ese vértice de espacios en donde lo horizontal y lo vertical se transformar en puntos siempre alternos, equidistantes de ti mismo y de su centro. 

En mente el breve ensayo que Octavio Paz escribe en 1964 cuyo título, Los signos en rotación, lo presenta a modo de un nuevo manifiesto poético. “Vi a la poesía”, escribe el famoso mexicano, premio Nobel, “como una configuración de signos. Y la figura que trazaba era la de la dispersión”. De rotación, movilidad y dispersión definía Octavio Paz el poema modernista y su configuración múltiple, variante, de signos. Avalan su gran variedad de voces. Pessoa, el gran maestro. La analogía funciona: toda gran ciudad se erige como un poema y como una gramática de piedras, de cemento y hierro armado, de grandes cristaleras, de luces y sombras, de ángulos, vértices, y de sonidos sobre sonidos. Melodías rotas de voces humanas, compleja baraúnda de amorfos ruidos, indistintos, vibrantes.

Se podría definir la ciudad de Nueva York, en concreto su centro (la isla de Manhattan) como el gran poema urbano de la modernidad, como una grandiosa dispersión de signos. Acumulación y dispersión de tiempos, espacios, gentes, lenguas, culturas. Vista desde lo alto, en un avión cayendo el atardecer, ya parpadeando sus múltiples luces, la impresión visual es indescriptible. Estática y a la vez en continuo movimiento, comercial y financiera, musical y teatrera, fama y moda, confección y ruptura de formas.

En juego a la vez la dicotomía entre cultura y naturaleza, urbe y rus, ciudad y campo. 

Manhattan era para el gran arquitecto Le Corbusier “una catástrofe, pero una hermosa catástrofe”. A sus detractores y admiradores les sigue fascinando, ya sea para odiarla o para amarla, como una terrible mujer fatal, atractiva, pero difícil de lograr su atención. En este sentido se podría decir que Nueva York es ya un mito. El argentino Borges, en Fervor de Buenos Aires (1923), describe: “Las calles de Buenos Aires / ya son entraña de mi alma”. García Lorca marcó un hito en la configuración del gran espacio urbano de Nueva York en Poeta en Nueva York. Se establece como un gran icono cultural y humano. Ya la Generación Beat norteamericana, especialmente Allen Ginsberg, recoge la experiencia de Lorca en su famoso poema “Aullido” (1956) con versos endiablados: ¡Niños gritando bajo las escaleras!/

Muchachos sollozando en ejércitos!/¡Ancianos llorando en los parques!”.

Las metáforas de esta gran ciudad/poema (Nueva York), que expresan experiencias urbanas, están también relacionadas con la naturaleza: ríos de gentes, desfiladeros de edificios, edificios que se parecen a avisperos o panales de abejas, colmenas humanas, personas como hormigas. El poeta nicaragüense Rubén Darío vivió en Nueva York en varias ocasiones entre 1893, 1907 y permaneció durante unos meses entre 1914 y principios de 1915. Nueva York es “El país del Sol”, “La gran cosmópolis”, “Sol de domingo”. Publica incluso algunas colaboraciones en el periódico hispano La Prensa- En el poema “La gran cosmópolis” fija su visión negativa de Nueva York. 

También el poeta cubano Eugenio Florit, amigo de Juan Ramón Jiménez a quien conocí como miembro de la facultad de Humanidades de Columbia University. Incide en manidos tópicos sobre la gran ciudad: razas, injusticia social, clases, capitalismo, dinero, soledad, violencia, marginalidad, esclavitud. Más incisivo el cubano Nicolás Guillén. En un soneto de 1971, que titula “A las ruinas de Nueva York”, la imagina como una gran ruina: “Este desierto páramo sombrío / a guardar no alcanzó reliquia ilesa, / sino la sangre, enorme como un río”. Nueva York es en el epigrama de Ernesto Cardenal un estado de ánimo: “Cuando tú estás en Nueva York, / en Nueva York no hay nadie más”.

Espacio comercial, cinematográfico, pictórico y social (etnias, barrios, centro, margen); espacio religioso e histórico: los grupos de judíos sefarditas cuyo pasado peninsular folclórico (el romancero) lo fijaron las investigaciones del profesor de Brooklyn College, Maír José Bernardete; espacio teatral, Broadway y sus grandes musicales (West Side Story). Y el teatro Apollo de Harlem, con tantas resonancias musicales (jazz) e históricas. 

(Parada de Sil)

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