Ética y covid-19

Hace poco más de una semana, Julian Savulescu, filósofo y bioético australiano perteneciente al Centro Wellcome de Ética y Humanidades y director del Centro Uehiro para la Ética Práctica de la Universidad de Oxford, a propósito de la crisis sanitaria y la pandemia provocadas por el coronavirus SARS-CoV-2, destapaba una vez más la caja de los truenos. Y lo hacía desde las páginas de la Revista Británica de Anestesia firmando un artículo junto a especialistas italianos y británicos en Anestesia, Medicina Intensiva, Biomedicina y Neurociencias. 

Estos autores, desde una perspectiva utilitarista, se atrevieron a opinar sobre un tema delicado y candente, lo que tenemos que hacer durante una catástrofe sanitaria, cuando los sistemas sanitarios están colapsados y es necesario prestar asistencia a un elevado número de pacientes, que además acuden simultáneamente a los hospitales. A pesar de que existen ya suficientes documentos técnicos, guías y protocolos desarrollados por las sociedades científicas que han tratado a los enfermos más graves, como Anestesia y Reanimación, Urgencias, Medicina Intensiva y Cuidados Paliativos, el debate ha saltado a la arena política cuando los responsables políticos de nuestra reconstrucción nacional se están lanzando a la cara, sin ningún pudor, las cifras de fallecidos en hospitales y residencias de personas mayores. Dan la sensación de no importarles que detrás de cada número había un ser humano, con sus familia y sus seres queridos que todavía lo están llorando. 

En situaciones normales, existe un principio ético que garantiza la igualdad de tratamiento para necesidades idénticas; en cuidados intensivos funciona generalmente la máxima de atender en primer lugar al que primero llega al servicio. El primer principio ético de asignación de cuidados exige maximizar el número de vidas salvadas. Pero para garantizarlo, deben considerarse una serie de factores como la gravedad de la patología, la comorbilidad, la estimación de la supervivencia, el tipo de tratamiento necesario y la duración del mismo. Pero todo esto salta por los aires en situaciones de catástrofes y emergencias, y los médicos deben entonces considerar delicadas cuestiones relacionadas sobre todo con la posibilidad de no morir y el probable éxito de las medidas terapéuticas. 
Para Savulescu y el utilitarismo, esto no resultaría discriminatorio, como sin embargo lo sería tratar o no a un enfermo según su raza, sexualidad, creencias religiosas o ideas políticas. Insistimos, las propuestas de Oxford sobre triage y prioridades asistenciales levantarán mucha polvareda, pero quizás merezcan una lectura crítica desde el punto de vista bioético en esos momentos tan crudos, cuando escasearon las medidas de soporte vital en la UCIs. Y también tal vez cuando dispongamos de las ansiadas vacunas, porque inicialmente seguro no habrá para todos.

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