Opinión

Eulalio Ferrer o la lectura sublimada: Leyendo Don Quijote

En lo alto de un cerro, sobre la ciudad de Guanajuato, estado de Jalisco, México, se yergue la gran escultura del legendario Pipila. Con una gran roca sobre sus espaldas, semeja al mítico Sísifo, condenado a cargarla sin descanso. Minero en las yacimientos de plata que bordean las duras colinas de Guanajuato, mestizo, de color moreno, pelo lacio y oscuro, ojos rasgados, musculoso, sostiene una gran losa sobre sus hombros, una antorcha incendiaria en su mano derecha y unas varas de acote. Logró prender fuego y derribar la puerta que cerraba la entrada a la Alhóndiga de Granadillas, un almacén de granos que funcionó como granero, pese a ser construido en un principio como fortaleza. Marcó uno de los muchos episodios hacia la independencia de México en la primera década del siglo XIX. 

Patee Guanajuato en dos ocasiones invitado por el Coloquio Cervantino Internacional que se celebra todos los años en el mes de abril y al que concurren personalidades del mundo de las letras y de la tradición cervantina. En el punto de referencia permanece la figura de Pipila, las tenebrosas momias, erectas en un túnel subterráneo, y el museo iconográfico del Quijote, fundado en 1987 por el gran filántropo santanderino Eulalio Ferrer. Custodia unas mil doscientas piezas relacionadas con la figura de Cervantes y con sus dos grandes personajes, Don Quijote y Sancho. Pinturas, grabados, dibujos, tapices, monedas, esculturas, porcelanas, proceden de distintas épocas y lugares. Forman un impresionante acopio de imágenes del caballero de la Triste Figura y de su escudero Sancho.

La historia empezó en un lejano Santander que Eulalio Ferrer relata Entre alambradas. Hijo de tipógrafo, corrector de un periódico regional. Secretario general de las juventudes socialistas de Santander, la Guerra Civil lo llevó a enrolarse en las milicias socialistas moviéndose en varios frentes. Tras la derrota cruzó la frontera con Francia por el túnel de Port-Bou acabando con su padre en el campo de concentración de  Argelès-sur-Mer. En sus bolsillos, un diario en que iba recogiendo las penurias del hostigamiento por parte de los soldados senegaleses que vigilaban a los concentrados.  Cuarenta años más tarde Eulalio Ferrer vierte su diario en Entre alambradas (México, Pangea, 1987; 2ª ed. ampliada, Barcelona, Grijalbo, 1988, con prólogo de Alfonso Guerra).  Todo un gran cuadro de costumbres: niños harapientos, mujeres desoladas, familias deshechas, trasterradas, hombres derrotados: alambres de espino, rutina sin esperanza, viento, arena y desgana de vivir. 

Y de paso la pequeña villa Banyuls donde Eulalio y sus compañeros acamparon un par de días. En un banco de la plaza, ya avejentado, el poeta Antonio Machado al lado de su madre Ana Ruiz. A la espera de lo que no llegaba. «Nos miran con gratitud cuando les hablamos. Nos han prometido que vendrán a recogernos», le comenta don Antonio, «pero nadie sabe nada de nada». «Observa mi capote militar», escribe Ferrer, «y se lo entrego impulsivamente como si quisiera rendir homenaje a este gran poeta ». Quince días después moriría en el Hotel Bougnol-Quintana de Collioure. Su madre, tres días más tarde. 

Un libro de letra apretadísima, hojas amarillentas, deslucidas, y una cajetilla de cigarrillos salvaron a Eulalio Ferrer de la locura. O del suicidio. Un miliciano extremeño canjeó su Don Quijote (Barcelona, Editorial Calleja, 1902) por una cajetilla de cigarrillos de oscura hebra. Su lectura fue el rezo diario de don Eulalio: el misal de las horas ante el desconsuelo. Lectura herida de amargura pero a la vez refugio ante la desesperanza y la aguda disentería. 

Y con un Don Quijote de la mano llegó a México el escuálido Eulalio Ferrer. Y amasó una gran fortuna. Y en esa gran ciudad cervantina, que es Guanajuato, creó en 1987 el Museo Iconográfico de Quijote, único en el mundo: un gesto de gratitud por la hospitalidad con que lo acogió México, y por un texto (Don Quijote) que tiene el poder de ensoñar la libertad y aconseja no caer en la trampas de la vileza y de la locura. A modo del Pipila de la palabra escrita y del poder de la lectura, en esa ciudad cervantina (Guanajuato) que, cada año, celebra los entremeses de Cervantes en sus plazuelas, se dan la mano tres héroes de la libertad: Cervantes, Pipila y don Eulalio Ferrer. 

(Parada de Sil)

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