Opinión

Extraña manera de hacer teatro

En aquella crítica etapa que nos tocó vivir a los españoles durante la llamada posguerra todos teníamos dificultades. Muchas dificultades. Cuando ahora nos hablan de otros países que lo están pasando mal, los que sufrimos aquella situación lo entendemos más fácilmente. Al mal tiempo le poníamos buena cara.   

Pienso que sería eso lo que nos animaba a afrontar retos difíciles.  Por ejemplo, a mediados de los años cincuenta, elegir a una veintena de muchachos y muchachas y convencerles para representar una obra de teatro. Pero más extraño todavía era que fuéramos capaces de llevarlo a cabo cuando la mayoría de ellos no es que nunca subieran a un escenario; es que nunca hubiera visto una obra de teatro.

Por si fuera poco, elegíamos una obra de dos horas de duración. Con  veinticuatro personajes. Ir escena a escena, aprendiendo de memoria los diálogos, dándole forma al personaje, hacerle hablar y vencer el miedo escénico: no ponerse nervioso y tener la suficiente confianza en sí mismo para no olvidarse de lo que había que decir, como hacerlo y llegar a conseguir que el público que en aquel caso concreto, abarrotaba el Cine Yago en las dos sesiones, riese nuestras gracias cuando tenía que hacerlo y fuera capaz de escuchar atentamente cuando cada personaje hablaba.

Aquello era una gran lección para todos. Los novatos, verse en escena, ver desde el escenario a un público expectante que escuchaba lo que decías; por supuesto, asombrados, después de ver aparecer en escena –caracterizados- a esos muchachos de nuestras calles, nuestros vecinos; y luego para sorpresa insólita, verles en aquella actitud escénica. Para los que teníamos cierta experiencia, ver  de lo que éramos capaces cuando nos lo proponíamos en serio. Unos y otros hacer teatro..

Y lo hicimos. Llegamos al final. A completar las dos horas de cada sesión, dividida en tres actos. Era “El verdugo de Sevilla” de Muñoz Seca. Pepe Campello era el dueño del hotel; Alfonsito Prats,  un turista inglés; Luis López “Pitis” un forzudo artista de circo; José Luis Trebolle, un viajante catalán;  Suso Lorenzo, guardia municipal Riverita,  empeñado en alojar al verdugo al que nadie quería darle habitación. Jenaro Outeiriño, nuestro “pivot”, era un usurero. Otros, pintorescos personajes que iban del vendedor de pescado el romano preparado para salir en la procesión  de Semana Santa sevillana… vestido de “Edad Media… porque no había traje de romano”

Ya digo. Nadie salía de asombro. Unos, los espectadores, al ver lo que nunca pensaban que fueran capaces de hacer aquellos chavales con los que bromeaban a diario en la calle.  Otros,, lo que podíamos  llegar a hacer aquellos jóvenes que… vivíamos una juventud tan extraña, tan particular de aquellos oscurísimos tiempos que nos tocó vivir. ¡Sí, éramos formidables!  

(1954)

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