SOCIEDAD

Familia, a miles de kilómetros

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La Diócesis de Ourense no solo trabaja en la provincia, sino también a miles de kilómetros de ella. Hoy se encuentran en la ciudad varios de los misioneros que están de vuelta, algunos por vacaciones y otros, definitivos.

Por vocación, por curiosidad, porque no encontraron razones para decir "no". Las razones son distintas, pero todos tomaron la misma decisión: marcharse lejos de la provincia, del terreno conocido, para ofrecer ayuda en lugares desfavorecidos. "Creo que todos deberíamos tener una experiencia así, tú crees que vas a enseñar, y en realidad te enseñan ellos a vivir, son felices con la mínima cosa", asegura Purita Lorenzo, del Instituto Secular La Alianza, que estuvo 19 años como misionera en Bolivia. 

Actualmente, un total de 115 personas de la Diócesis de Ourense trabajan repartidos en 28 países. Hace décadas eran muchos más, pero el envejecimiento también afecta al sector, y falta relevo generacional. Sacerdotes, religiosos, laicos y obispos atienden las necesidades de poblaciones de América, África, Asia y Europa, un trabajo que no es fácil, según reconocen, pero sí satisfactorio. "Cuando llegué a Madagascar, en el 64, todavía no había nada allí, empezamos el trabajo de cero, mucha gente no sabía leer ni escribir", explica el Padre Paúl Manuel Garrido, que acumula 52 años el país africano y que se encuentra en la provincia de vacaciones. "Para mí fueron los mejores años de mi vida, me cuesta adaptarme a estar aquí, allí éramos como una familia", asegura Purita Lorenzo. Los misioneros hacen comunidad al llegar a sus destinos: atienden las necesidades básicas de la población, realizan tareas pastorales en la parroquia, fundan escuelas, centros culturales... "Os traballos van surxindo cando chegas alí, non podes ir cun programa preconcebido, vas facendo na medida na que a xente o precisa", señala Antonio Fernández, sacerdote diocesano en Zambia. 

Hoy, los misioneros de la Diócesis –los antiguos y los todavía activos– tienen una intensa jornada en Ourense  para encontrarse, intercambiar experiencias y disfrutar de la compañía.

“Tuvimos que ir en barco, nos llevó 23 días llegar allí"

El Padre Paúl Manuel Garrido llegó a Madagascar por primera vez en el año 64. "Tuvimos que ir en barco, 23 días nos pasamos para llegar allí, el país acababa de empezar a ser independiente", recuerda el misionero. Garrido, que volverá en septiembre al país africano, compara sus primeros años con la actualidad: "Era muy distinto, pero ahora la gente ya ha desarrollado la parte espiritual mucho, están formados, saben leer y escribir, y cuentan con más medios". Garrido aprendió el idioma nativo y comenzó a visitar a los vecinos, a aprender su modo de vida y a trabajar codo con codo con los nativos. "No es fácil, pero te acostumbras y como una flor, tiras para arriba entre las piedras, esa es la vocación. El trabajo, al final, es muy parecido al que haces aquí", explica. 

“Cando marchei a Ecuador tiven que buscalo no mapa"

Cuando le tocó irse a Ecuador, el sacerdote Manuel Rodicio reconoce que tuvo que buscar el país en el mapa. "Era o ano 92, non se escoitaba falar tanto de Ecuador como hoxe en día", asegura. La zona a la que llegó era un lugar deteriorado en el que todavía no había presencia de la iglesia. "Fixemos o que entendiamos que era unha parroquia: axudar a que os veciños desen un paso adiante, facer escolas, construir escolas, casas de caña...", explica. Después de siete años allí, volvió a la provincia, pero repitió el viaje. "Regresei no 2007 e volvín fai un ano, é certo que Ecuador cambiou moito, pero aínda segue precisando axuda", cuenta. Rodicio vivió el fuerte terremoto de 2016: "Estaba no ollo do furacán, morreron 600 persoas, foi moi duro. Esa zona tardará moito en recuperarse".

“Son persoas moi respetuosas, non din nada ofensivo"

"Non tiña razóns para dicir que non", asegura el sacerdote Antonio Fernández, que lleva 25 años en Zambia y que volverá tras sus vacaciones. "Creo que a palabra de Jesucristo merecía chegar alí", explica. Fernández llegó a una parroquia donde "non había nada", pero reconoce que la adaptación no fue abrupta. Después de aprender el idioma, comenzó a trabajar en la zona, donde se encontró a gente "moi voluntaria e disposta", que colaboró en todo momento. "O que máis me sorprende deles, e que me segue sorprendendo, é o respeto que teñen polos demais. Non che din nada que che poda oofender, son moi respetuosos", explica el sacerdote. "Iso que vemos aquí nas tertulias da televisión, esa xente berrando, alí non, sempre din ' son os brancos", añade.

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