Opinión

Si fuera blanco estaría vivo

Se llamaba George Floyd. Murió el pasado lunes a manos de un policía que le asfixió con su rodilla mientras lloraba pidiendo auxilio. Deja huérfana a una niña de seis años que tendrá que crecer sabiendo que el racismo institucionalizado en Estados Unidos mató a su padre tras haber cometido el supuesto delito de pagar con un billete falso de veinte euros en un restaurante, una acusación tan falsa como el billete, fruto de los prejuicios racistas. La familia reclama que los cuatro policías involucrados en el asesinato sean juzgados por esos hechos, pero la realidad es que por el momento tan solo han sido apartados del cuerpo y es muy probable que, a tenor de lo ocurrido en ocasiones anteriores, salgan absueltos,una constante que se repite en hechos similares de brutalidad policial contra los afroamericanos.

Se llamaba George Floyd y era hijo, padre, marido y hermano... de negros. Su muerte ha desencadenado una oleada de protestas en el país norteamericano y sobre todo en Minneapolis, donde ocurrió el nuevo acto relacionado y justificado por el  supremacismo blanco,  que han reavivado las tensiones raciales entre una sociedad que lejos de acercar posturas hacia el respeto, la convivencia y la igualdad, se ve cada día más polarizada. Según un estudio publicado hace unos meses por el Pew Research Center, un 65% de la población considera que las opiniones racistas son más comunes desde la llegada de Trump a la Casa Blanca. 

La noticia escandaliza pero no sorprende. El propio FBI lleva desde 2006 advirtiendo de la infiltración del supremacismo blanco e la aplicación de la ley. HRW denuncia con frecuencia el racismo estructural que las políticas del presidente Donald Trump no paran de avivar. 

George Floyd ya se ha convertido en un mártir de la lucha afroamericana por la igualdad, pero urge preguntarse cuántos más mártires necesita esa sociedad. Cuántos más hombres y mujeres tendrán que pagar con su vida porque, como dijo en 2013 el hijo de Martin Luther King, "en Estados Unidos el color de la piel continúa siendo una licencia para arrestar, detener e incluso asesinar".

Como ha afirmado el alcalde de Minneapolis, Jacob Frey, "Floyd estaría vivo hoy si fuera blanco". Una circunstancia que se repite periódicamente en un país en el que ser afroamericano y en determinados lugares se convierte en ser sospechoso para unas fuerzas policiales que en demasiadas ocasiones se caracterizan por su brutalidad, por tener el gatillo fácil y por una justicia condescendiente con esos hechos.

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