Opinión

Fútbol, botas, plantas y huellas del ganado

En los años cuarenta, Puente Canedo era una zona especialmente agrícola y ganadera. Bastante gente se hacía con ganado que criaba en sus domicilios y luego lo destinaba a su propio consumo o especialmente a la venta. Los ganaderos profesionales, naturalmente, acudían a la feria pontina que tenía lugar en la zona conocida por la fecha de estos mercados, el Veintiuno. Las ferias tenían lugar en el arranque desde la carretera de Santiago hacia abajo, camino de Rivela y Barra de Miño. Allí mismo estaba una zona llana, amplia, que se prestaba para este destino.

Pero también tenía una utilización constante como campo de fútbol. Los árboles que tenían arriba abajo, unos alambres y algún hierro facilitaban la aparición de las porterías. Y la carretera y el cierre de las fincas próximas limitaban las bandas del terreno de juego. La gente joven golpeaba el balón con fuerza, con ganas, pero resultaba molesto: echaba a perder su propio calzado. Porque, claro, no disponía de botas. El balón era duro y pesado, de duro cuero. Y si jugabas con zapatillas, te hacía daño. Y si utilizabas un calzado especial, recurrías principalmente a zapatones viejos.

Mi primo Manuel Ruiz Sobrino era muy ocurrente y discurrió hacer una rifa que, vendidos los números entre todos, podría alcanzar un bonito importe: que podría servir para adquirir botas futboleras auténticas. Claro que después de realizada la venta, los optimistas cálculos de Manolo se quedaron cortos y el beneficio total no daba para once pares de un equipo. Sólo para cinco, sin contar el portero. 

Pero la inteligencia de mi primo daba mucho de sí y resolvió el problema planteado. Y lo solucionó fácil; preguntó: “¿Cantos lle dan o balón ca dereita e cantos son zurdos?”. La respuesta niveló la cuestión, eran aproximadamente la mitad. “¡Feito: os da dereita levan una bota dese pé dereito e os zurdos uhna esquerda!”. Y de esta manera tan simple resultaba que unos y otros utilizaban una bota y en el otro pie seguían con el viejo zapatón que venían usando. Y, ajustando un poco los números de pie, ya que a alguno le vendría un poco grande, todos resultaron contentos. 

Otro detalle de las ferias, del ganado en general. Era frecuente verlo pasar en rebaños por nuestras calles. Y lo insólito no era eso. Era que dejaban un rastro evidente. Burros, caballos y terneros defecaban en plena calle y no digamos ovejas, cabras y corderos; quedaba un rastro evidente de su paso. Era entonces cuando muchachas y especialmente señoras no tenían reparos en salir con improvisados recogedores y recogían aquellos excrementos. ¿Para qué? Pues para abonar sus plantas en sus casas, que era algo que a nuestras féminas tanto les gustaba tener en aquellos tiempos.

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