Opinión

Hablar idiomas malamente

  

Los idiomas son la asignatura pendiente de los españoles, y eso que tenemos unos cuantos dentro del territorio nacional. Yo tras años de estudio y lecturas llegué a chapurrear malamente inglés, como decía Borges "con fluidez e ignorancia"; también conseguí entender algo de francés e italiano; y como todos los gallegos tengo la absurda idea de que hablo portugués, lo que es falso. Que se lo pregunten a cualquier portugués.

Los independentistas catalanes no sé si se han fijado ustedes, en su espiral estratégica de radicalización últimamente ya no utilizan la lengua española nunca en ninguna intervención pública o en los medios, lo que resulta lógico ya que no saben hablarla. Puisdemón, Llunkeres o Martarrovira ya solo hablan en catalán quizá porque piensan que los españoles no lo entendemos, pero si algo entendemos los españoles perfectamente es el catalán. El expresident incluso en un acto de inconsciencia rayano en el delirio y casi suicida habla siempre en catalán ¡desde Bruselas!, sin darse cuenta de que los únicos que no entienden el catalán son los belgas. Que se lo pregunten a Tintín, que por cierto se pronuncia "Tantán".
Volviendo a Borges, el escritor argentino tenía un consejo fabuloso para los estudiantes de idiomas: leer en voz alta clásicos de la literatura del idioma en cuestión.

Lo ideal para eso es comprarse una edición bilingüe de página por página. Borges precisaba que hay que leerlos enteros, prestando atención a la pronunciación aunque no se pronuncie bien. Yo lo hice durante una época a mis veinte años. Leí en voz alta Romeo y Julieta y los Sonetos de Shakespeare; también El Señor de los Anillos de Tolkien; y El Paraíso de La Divina Comedia de Dante, entre otros. El truco funciona, tu conocimiento del idioma mejora a la velocidad de la luz. Claro que no es algo que te sirva para hablar con los demás, porque eso solo se aprende hablando con los demás y no hablando solo.

A los diecinueve fui a Londres un verano. Una mañana mientras alimentaba a las ardillas en Hyde Park se desató una tormenta. Todos los paseantes corrimos a refugiarnos en alguna glorieta y nos vimos recluidos allí durante más de una hora mientras afuera caía un diluvio, apretados como sardinas en lata. Como yo llevaba veinte días en Londres y era un chaval me sentía ya totalmente londinense. Al lado me tocó una pareja mayor, de españoles, y entablé conversación con la señora solo por cortesía, y por la proximidad ya que aquello parecía el metro de Tokio en hora punta.
– ¿De dónde son ustedes?
– De Barcelona.
En realidad no era cierto, lo descubrí después, eran charnegos extremeños. ¡Uau!, no hay peor tirano como un esclavo con un látigo en la mano. Intenté ser amable.
– ¿Llevan muchos días en Londres?
– No. Llegamos ayer y nos vamos mañana.
– ¡Ah! Y qué, ¿les gusta la ciudad?
– Hombre, es bonita sí. Pero en Barcelona... tenemos el Tibidabo.
Con eso quedó aclarado todo.

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