Opinión

Hasta que aparecieron las piscinas

En esta bendita tierra nuestra, cuando nunca se nos había pasado por la imaginación eso del cambio climático, nuestros inviernos eran fríos de “mucho caray” y cargados de nieblas, y los veranos con “un sol de carall…”. Afogaban os paxaros. Por eso era recomendable acudir a refrescarse a ese Miño que teníamos tan a mano. 

Con una precisión. En aquellos años el baño era cosa de hombres. Nuestras mujeres, castísimas, estaban mínimamente dispuestas a lucir sus extremidades inferiores y, como mucho, podían hasta llevar una faldita y, por supuesto, traje de baño de una sola pieza, cubriendo todo lo que tenían que cubrir. 

Había dos clases de bañistas: los expertos, que nadaban como peces, y los otros, los que… “oye, ¿se hace pie ahí?”. Y te respondían, “sí, pero cuidado que aquí mismo hay una poza”. Porque, claro, el fondo era desi-gual y podías echar un pie y resulta que no encontrabas dónde apoyarlo. Y las pasabas canutas. Recomendable, que los inexpertos se bañaran donde había más gente… y te echaban una mano si te veían sumergirte. Y, también, tener pelo abundante, para que te agarraran mejor. 

Sí, el río era bonito, pero traicionero. Todos los años había ahogados. Pero ver a los expertos era una maravilla. Cruzaban el río, ida y vuelta, y mejor hacerlo junto a los puentes, lugares más profundos y apropiados para deslizarse de cepa a cepa como puntos de referencia y ser observados desde arriba, ya que siempre había expectación. 

Junto al Puente Nuevo, un lugar ideal era la Peña de Francia, que allí sigue, un peñasco elevado que funcionaba como trampolín. Y luego, la especie de presa que tenían los molinos que había camino de Oira y en la Chavasqueira, que riada tras riada fueron desapareciendo con el paso del tiempo. Como, tristemente, también lo harían las “playas” de los inexpertos, los “coiñales”, las grandes extensiones de cantos rodados que había en diferentes zonas, que año a año y con un descuido evidente, estarán hoy fortaleciendo el hormigón de tantas construcciones ourensanas.

Pero llegó un día en el que la familia del Auto Industrial, del primer presidente de CD Ourense, Jesús Díaz Varela, invitó a una comida a la prensa en su finca del Couto. Año 1955. Yo colaboraba entonces con El Pueblo Gallego, de Vigo. Y pude ver sorprendido una piscina por vez primera. Y comprobar el poder de la palabra en la radio -en aquellos tiempos- de hombres como aquel Pedro Arcas de Radio Orense, que todos escuchaban. Se levantó a hablar el inolvidable Segundo Alvarado, de La Región. Y, ojo, aun sin dar su nombre, lamentó la ausencia del entrenador de CD Orense, Cuqui Bienzobas, indispuesto aquel día. Y un directivo le interrumpió diciendo en alto:

-É verdade, carallo, que non pudo vir a comida o Pedro Arcas…

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