CRÓNICA

Coronavirus en Ourense: Hay pocos a los que contagiar

La parroquia de Melias, ayer tarde, con la carretera sin coches, como cualquier otra del rural.
photo_camera La parroquia de Melias, ayer tarde, con la carretera sin coches, como cualquier otra del rural.
La desertización demográfica convirtió algunas poblaciones de la provincia en zonas permanentemente afectadas por el coronavirus. Casi no hay nadie a los que contagiar o que nos contagie. El aire aún es puro aquí. El riesgo por roce, escaso.

Poca diferencia hay con otro domingo de invierno. Alguna chimenea que humea, algún perro que ladra, algún visillo que se desplaza. Bueno, algo más sí que hay. Tocan las campanas en Melias, no para ir a misa, que quedó suspendida, sí para anunciar que no solo hay un difunto en la parroquia, sino dos. El velatorio es aún más triste, como el de las personas que mueren solas y anónimas. Alguna mascarilla para cumplir el protocolo, que oculta parte de un rostro necesariamente afectado por la pérdida. No hay abrazos ni lágrimas sobre hombro amigo. Te enteras de los óbitos en una de las dos panaderías del pueblo donde los clientes esperan guardando los metros de distancia. El despacho de pan ha cambiado, ahora el mostrador está cerca de la puerta, delimitando y ordenando entradas y salidas. "Si, estase vendo máis xente últimamente, nótase que moitos regresan escapando do virus", explica el dueño del negocio. La iglesia está cerrada y las campanas habían doblado a difunto, como las de Ernest Hemingway, pero ya solo dan la hora. Todo sigue despacio en la aldea, la socialización lleva años muy limitada, aunque la animosa asociación vecinal se empeña en insuflar respiración asistida a la parroquia y de momento el enfermo tiene momentos que luce buen color. No hay fútbol tampoco, por lo que el campo de A Abelleira malamente podría ser la tarde de ayer Old Trafford. Los bares no abren y cuando no había crisis del coronavirus estaban cerrados. La parroquia carece de ese sanctasanctórum donde trasegar, echar un tute o participar de una parrafada. El coronavirus ha modulado la vida en muchas aldeas, no solo en Melias, pero no la ha cambiado mucho. Sí ha ganado intensidad en las conversaciones, pero todo marchará hoy como cualquier otro día. 

Suministros garantizados

El pan está garantizado, el transporte también y los suministros, por supuesto. Los vecinos recitan de memoria que tal día viene el de los congelados y lácteos, que tal otro el de la fruta y el pescado, que cada quince días pasa el carnicero. "Esperemos que sigan vindo a pesar disto", confía una señora. Cae la tarde y buena parte de la provincia se parece al Territorio Comanche de Pérez Reverte, "ese lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos". El suelo de las aldeas, como el de las guerras, está siempre cubierto de cristales rotos, los oyes crujir bajo tus pies "y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando."  Pero, sinceramente, en ningún otro lugar se está más a cubierto del coronavirus que en cualquier aldea. En Melias, ya ni te digo.

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