Opinión

La Hispanidad divergente

Los intelectuales del siglo XIX debieron de padecer una fiebre imaginativa extraordinaria. Además de etiquetar todos los periodos de la Historia con fechas y horas de comienzo y conclusión, un furor nacionalista corriendo por sus venas les ayudó a inventar patrias, héroes geniales, gestas, símbolos, fiestas profanas de guardar y fábulas bautizadas como reales. Impulsos que aún hoy padecemos y que los más rancios conservadurismos mantienen en los altares como sentido para sus vidas y sustento de la intelectualidad de cartón piedra. La cosa esta de la Fiesta de la Hispanidad nos viene de ahí y sirve para que cada año el teatro de la bandera abra sus puertas con la misma fe que lo hace para recibir a don Juan Tenorio en el Día de todos los Santos difuntos.

Hasta que en 1892 se le ocurrió al conservador Antonio Cánovas del Castillo convertir el día del descubrimiento de América, con el pendón de Castilla, en Fiesta Nacional, el 12 de octubre era una conmemoración en los anales de la historia poco festera. Pero parecía llegado el tiempo de sustituir las increíbles hagiografías de los santos cristianos por las glorias del imperio, donde no se ponía el sol. Sin embargo la Iglesia no se arredró y nombró a la Virgen de Guadalupe como patrona de un jolgorio que se prometía laico. Más tarde la virgen del Pilar rivalizó con la extremeña por el patrocinio y ganó con el auxilio de Franco. También estandartes y banderas entraron en competición y el esperpento alcanzó la gloria de mantenerse vivo 128 años, hasta hoy, con nombres tan reaccionarios y xenófobos como el de Día de la Raza. En América la celebración ha decaído llegando al extremo de, en algunos países hermanos, transmutarse en el Día de la Descolonización y disparates similares. 

Si la idea, cuando el Imperio español se descomponía entre sombras, era preservar una identidad y lengua comunes con las antiguas colonias, se ha convertido en un fiasco incapaz de sacudirse la caspa de sus orígenes. Por todo esto no me extraña que las derechas y extremas derechas vigentes, en esta celebración se agarren a las banderas levantando un anacronismo irrespetuoso y divisor, que raya la inconstitucionalidad. La fiesta, la bandera roja y gualda, y hasta el Rey han sido tomados como rehenes ideológicos por los conservadores. Esto es, tres elementos que debieran considerarse símbolos generalistas, están siendo empujados hacia una acera de la calle dejando el centro y la otra fuera. Un síntoma peligroso en un momento de convulsiones partidarias, incluso irracionales, como vemos en el Parlamento y el Senado todas las semanas. 

Yo, que no amo las banderas aunque las respete, que siendo republicano acepto la monarquía parlamentaria, que veo en el Día de la Hispanidad un símbolo huero, considero necesario revisar esta festividad, prácticamente anulada por la celebración del Día de la Constitución el 6 de diciembre, esto es, a la vuelta de la esquina. O la fiesta de la hispanidad hace honor al concepto universalista que debiera representar o es mejor que igual que en 1981 se revalidó mediante un decreto, el próximo año antes de cumplir los cuarenta, se decrete su jubilación. No me parece adecuado que un Gobierno progresista mantenga este anacronismo que, además, todos los años pone en peligro la escasa credibilidad de la monarquía y da alas a los reaccionarios divergentes. 

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