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La izquierda europea pide milagros al BCE

photo_camera Sede del Banco Central Europeo en la ciudad alemana de Frankfurt.
La audaz propuesta de anular la deuda pública del grupo de economistas europeos que lidera Thomas Piketty está aún verde, pero la réplica del Banco Central Europeo también admite mayor profundidad

Bajo un título un tanto largo pero evocador –“Anular la deuda pública mantenida por el BCE para que nuestro destino vuelva a estar en nuestras manos”–, economistas de varios países europeos han sumado su firma a un manifiesto atribuido en primer lugar al profesor francés Thomas Piketty, en el que se viene a concluir que en la eurozona “nos debemos el 25% de nuestro endeudamiento a nosotros mismos”, de modo que su cancelación a cambio de inversiones de los Estados sería “un primer signo fuerte de que el continente está recuperando su destino”.

Dicho así, suena bien, pero ¿es realista hablar en esos términos? “Es ilegal y carece de sentido económico”, zanja el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos. Mientras, desde España, voces autorizadas del PSOE y de Podemos respaldan a Piketty.

Más que dar pie a un debate académico –interesante, sin duda–, el manifiesto del controvertido Piketty va camino de situarse como un debate político entre conservadores y liberales, por un lado, y socialdemócratas y comunistas, por otro. Pero también en una nueva controversia entre países más ricos y menos ricos, dentro de la Unión Europea.
Lo que se plantea es la anulación de las deudas públicas actuales, a cambio de inversiones de los Estados, sin dar siquiera pistas de cuál sería la compensación a los menos endeudados –léase Alemania– por parte de los más endeudados, entre ellos Italia y España pero también Francia.

Tampoco se analiza la posible reacción de otros bancos centrales ante una medida de ese calado, empezando por la Reserva Federal de EE UU, sin perder de vista lo que harían China, Japón o el Reino Unido. ¿Qué pasaría, por ejemplo, con la paridad euro-dólar tras una medida así? En el mejor de los casos para el siempre audaz Piketty, su propuesta estaría verde.

Del mismo modo, también admite más elaboración la respuesta del BCE, ya que considerar “ilegal” la propuesta no es un argumento suficiente: bastaría con cambiar la legislación que regula el banco central y los tratados, lo cual sería relativamente fácil. Lo difícil sería su viabilidad económica y financiera.

Tampoco basta con asegurar, como hizo De Guindos, que “la cancelación de deuda no tiene ningún sentido económico o financiero en absoluto”, ya que a lo largo de la historia sí lo ha tenido. La clave del asunto es más de fondo; máxime al tratarse de una autocondonación parcial.

La izquierda académica europea, trufada de economistas partidarios, tira así por elevación y deja de lado su intento –frustrado– de mutualizar la deuda mediante los eurobonos para hacer una especie de borrón y cuenta nueva.

Si algún país será reacio a medidas así es Alemania, pero en el manifiesto también se le da un toque de atención importante al recordársele que en la Conferencia de Londres de 1953, Alemania se benefició de la condonación de dos tercios de su deuda pública, lo que le permitió volver a la prosperidad y afianzar su futuro en el espacio europeo.
No es la primera vez que Piketty abandera manifiestos de este tipo. Lo hizo a raíz de las políticas de austeridad de Angela Merkel y, de modo particular, ante la crisis financiera de Grecia. Al igual que ahora puso de manifiesto que en la década de 1950, Europa se fundó sobre el perdón de deudas pasadas, sobre todo las de Alemania, lo que generó una aportación masiva al crecimiento económico y la paz de la postguerra. 

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