Joe Biden o cómo gobernar después de un huracán

Joe Biden, el día de su investidura como presidente.
photo_camera Joe Biden, el día de su investidura como presidente.
Fue una ceremonia que podíamos calificar de mestiza, pues los principales papeles los representaron personas de distintos orígenes y etnias. Este hecho no fue fruto de la casualidad

A los americanos les fascinan las coreografías y los símbolos que resaltan la brillantez del poder. Por eso diseñaron la toma de posesión del presidente de los Estados Unidos con el boato de la coronación de los emperadores  o del papa en el Vaticano. Este año, las circunstancias no aconsejaban un gran despliegue en las liturgias; por una parte, la amenaza del coronavirus impedía los abrazos, las aglomeraciones de muchedumbres y la obligación de llevar mascarilla; por la otra, el temor a un golpe terrorista flotaba en el ambiente, aunque nadie hablaba de esa posibilitad entre los invitados. Fuera si se hablaba, a pesar del despliegue de 25 mil soldados, armados hasta los dientes y que controlaban todo lo que se movía. Y a todo esto se sumaba la ausencia del primer actor secundario, el presidente saliente Donald Trump que desde las votaciones de principios de noviembre dio llamativos ejemplos de mal perdedor sosteniendo frente a las realidades del recuento que le habían robado las elecciones, sin aportar una sola prueba. En esas semanas bordó el papel de bufón en el peor sentido de la palabra. La esquemática ceremonia fue sobria, pero de enorme grandeza y cargada de simbolismos. 

Fue una ceremonia que podíamos calificar de mestiza, pues los principales papeles los representaron personas de distintos orígenes y etnias. Este hecho no fue fruto de la casualidad. El presidente Joe Biden (blanco), la vicepresidenta Kamala Harris (mestiza), hija de madre india y padre jamaicano, su madre Syamala Gopalan, ya fallecida, era una científica especialista en la lucha contra el cáncer de mama; su padre Donald Harris es profesor de economía en la Universidad de Stanford, fue una persona muy importante en la vida de su hija. La revelación de la ceremonia fue la joven poeta afroamericana, descendiente de esclavos, Amanda Gorman, de una belleza elástica y sutil al estilo de sus versos que me recordaron a los de Walt Whitman por su poderoso aliento lírico. Asímismo brilló la polivalente artista de origen latino, Jennifer López y por supuesto Lady Gaga interpretando el himno nacional. Como se ve, los protagonistas eran la representación de un variado mestizaje étnico y cultural. El futuro de América será mestizo o no será, por mucho que les cueste admitirlo a los fanáticos soberanistas blancos seguidores de Trump. En la Iglesia Católica soplan nuevos vientos de mestizaje, tanto en la vertiente étnica como litúrgica y cultural. En el colegio de los cardenales cada vez son más la etnias y culturas representadas. Las periferias de la Iglesia de las que el papa habla son el gran fermento del mestizaje.

El discurso de Biden respondió a los retos que tiene por delante, fue un discurso de tópicos, pero cuando se habla después del paso de un huracán que lo destrozó todo, empezando por la razón lógica, hay que repetir tópicos que son esenciales para la reconstrucción de lo devastado. Veo a Biden con el ánimo de Penélope, cuando esperaba en Ítaca el regreso de su esposo Ulises, destejiendo de día lo que había tejido de noche. La noche de Trump fue larga y tejió mucho. Los tópicos en este caso enumeraban imperativos elementales. Que el país está partido en dos mitades que destilan odio, es un hecho. Por lo tanto se impone elaborar un proyecto común que integre a todos. Biden quiere ser, lo dijo muy claro, el presidente de todos, tanto de los que le votaron como de los que no le votaron. Podía haber añadido, y repetir lo que ya dijo en campaña: gobernaré para rescatar un alma común para América.

Después de la tensa mañana dedicada a las exigencias de los ritos de la proclamación como pasar revista a las tropas o la visita al cementerio de Arlington, por la tarde se encerró con su jefe de gabinete, Ron Klain, en el célebre despacho oval para firmar una amplia variedad de decretos ejecutivos. Unos para reparar los más graves destrozos causados por el presidente Trump y otros para que el país avance. El nuevo presidente sabe que se enfrenta a cuatro crisis muy profundas. La crisis del coronavirus que en los Estados Unidos avanza como un mortífero veneno. En esa tarde los muertos sumaban 406.000 y los afectados millones. Había que diseñar la lucha para frenar la vertiginosa expansión. Trump no hizo nada en ese sentido, a pesar de que fue víctima pasajera. Al principio lo tildó de simple catarro y se burlaba de Biden por llevar mascarilla o decía que podía curarse bebiendo lejía. Estupidez sobre estupidez. No conoce los límites del disparate, ni del ridículo. Como consecuencia de las paralizaciones laborales provocadas por el virus llegó el espectacular hundimiento de la economía. A estas dos crisis hay que sumar otras dos: la de la lucha contra el cambio climático y la de la igualdad racial. Entre los decretos más esperados figura la vuelta de los Estados Unidos a los acuerdos de París para darle mayor músculo a la lucha contra el cambio climático. Trump se había salido de ese club. También firmará un decreto para que los residentes en países de mayoría musulmana puedan entrar en los Estados Unidos. Atacará la lucha contra el virus desde todos los ángulos, desde imponer la mascarilla obligatoria hasta el diseño de un plan de vacunación que afectará en cien días a cien millones de ciudadanos. El viernes de la semana pasada también firmó una larga batería de decretos para doblegar al virus. Y naturalmente, decidió el regreso a la OMS. El diseño de un gran proyecto sobre la emigración será uno de los objetivos estrella.

La pregunta que nos hacemos es si la sombra de Trump se proyectará o como se proyectará sobre el mandato de Joe Biden. Para responderla debemos conocer si el proceso abierto en el Congreso para el impeachment de presidente se confirma en el Senado. De confirmarse, la condena supondría el fin político de Trump. Terminaría, ya que no podría volver a presentarse como candidato a la presidencia, ni tendría el trato, ni el salario de expresidente. Si no lo condenan tiene ante sí varios escenarios, yo me atrevo a decir que el trumpismo sin Trump se irá apagando poco a poco. Los fuegos no se mantienen sino se soplan, las brasas solo se convierten en llama cuando las soplan, y a Trump le va a faltar aire para soplar. Era fácil con el poder y el carisma que da la Casa Blanca avivar los fuegos de sus fanáticos seguidores, pero eso se terminó. Hay que tener en cuenta que en los dos últimos meses con su comportamiento, especialmente animando el asalto al Capitolio, perdió buena parte de su tirón, tanto que los líderes más serios del Partido Republicano le temen como a la lepra y tratarán de separarse de él como de un leproso. ¿Fundará un nuevo partido? Podrá hacerlo, pero es una apuesta tan complicada como difícil. Pienso que volverá como personaje famoso y como bufón popular. Lo que siempre fue. También le desgatarán los diversos juicios que le esperan por diversos fraudes.

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