Opinión

La imagen y el sonido

La ventaja que tienen los procesos electorales cuando el año camina hacia latitudes veraniegas es que las campañas tienen otro color. Y no solo tienen otro color las campañas, sino que los candidatos lucen más,  por muy poco agraciados que sea. La política actual, en sintonía con una sociedad que cada vez otorga una mayor importancia al aspecto físico, pone en liza candidatos con muy la mejor imagen posible. Más que guapos y guapas –que también los/las hay sin duda, lo que desean transmitir es salud y ademanes desenvueltos, un activo importante en este mundo nuestro en el que triunfan las actrices, los actores y los deportistas. Inés Arrimadas paseaba su aspecto natural, saludable y joven por el real de la feria de Jerez su tierra, enfundada en una bata de cola roja con clavel reventón en la mata de pelo tupido y negro que le otorgaba un aspecto estupendo, y el presidente del Gobierno en funciones ha depositado mucho de su capital político en su imagen deslumbrante por la que cualquier jefe de campaña habría dado gustosamente una de sus dos orejas. Mide un metro noventa, se le nota en forma, y los trajes le sientan como un guante. Qué mas quieres…

Alguien habrá que considere estas cosas como impresentables banalidades e incluso vergonzosos ataques de machismo, porque, a estas alturas de la película, uno tiene que prendérsela con papel de fumar para ser políticamente correcto y cualquier cosa puede ser tildad de machista. Pero lo cierto es que existe un componente hedonista cada vez más acusado en las campañas electorales. Y con buen tiempo, sol, luz y azul cielo, todo parece más bonito incluso los mensajes políticos, que se han vuelto insoportables vengan de donde vengan.

Estamos en el tiempo de la imagen y en la era de las comunicaciones, para las que ya no existen las fronteras. Y los mensajes son cada vez más directos, más explícitos, más breves y más fáciles de comprender, aunque sean también menos profundos y no animen a la reflexión. La gente tiene tiempo de ver pero no lo tiene de entender, así que las campañas se han vuelto una guerra de monosílabos. Los candidatos saben en qué segundo exacto de su intervención va a conectar la tele, y es en ese preciso instante de su discurso cuando lanzan su mensaje más directo. El resto es pura metralla. Y el público asistente, ay madre, apenas sabe lo que le está diciendo y tampoco le importa mucho. La tele es la tele y todavía, a estas alturas, marca las diferencias.

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