Opinión

La vida sin GPS

Un turista italiano condujo el automóvil, siguiendo con estricta obediencia las indicaciones del GPS, y terminó con el coche empotrado en unas escaleras de Pamplona.

Hace unos años, en Alemania, una señora se sentó al volante de su automóvil para dirigirse a un aeropuerto donde tenía que recoger a un familiar, y terminó dándose cuenta de que no podía estar tan lejos, y que era extraño que los letreros, en lugar de estar escritos en alemán, estuvieran escritos en italiano, y es que había llegado a Italia. Es lo que tiene la mezcla de GPS y la ausencia de fronteras de la UE: que te pasas de un país a otro, sin darte cuenta.

Puede que a la mayoría de las personas nacidas a partir de finales del siglo pasado le cueste imaginarse la vida sin GPS, pero lo cierto es que el ser humano, a pesar de que ya sabía leer y escribir, se ha pasado más de seis mil años sin GPS.

Tengo vivo el recuerdo de los veranos, cuando acudías a una cena a casa de alguien, que vivía en un apartamento de una ciudad desconocida y, peor aún, en las afueras de esa ciudad, y aquellas indicaciones sobre el bar de la esquina, la rotonda con el cartel y un poste de teléfono que nunca veías. Solía llover, el bar había cerrado, y, cuando estabas a punto de echarte a llorar, porque no existían los teléfonos móviles, sucedía una especie de milagro y llegabas a cenar. Tarde, pero llegabas.

La vida es un camino donde las decisiones más importantes se toman con el GPS de nuestra intuición, y con la poca o escasa experiencia que tengamos. La elección de estudios, de empleo, de pareja, de cambio de estado civil, todo lo que es importante y trascendente en nuestra existencia, lo llevamos a cabo sin ayuda exterior. Y, a pesar de ello, en ocasiones, algo no funciona y nos encontramos empotrados en una escalera. Como el turista italiano.

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