Opinión

Las felicidades de la vecindad

Dicen que es la canción más cantada en el mundo desde que las hermanas estadounidenses Mildred y Patty Smith la compusieran en 1893. Aunque en la memoria de muchas generaciones sólo está conectada a un momento mítico: la sensualidad de Marilyn Monroe ante Kennedy. Después de varias semanas de encierro yo creo estar ya en posición de dar por comprobado científicamente este hecho (el de la canción más cantada, no lo de Marilyn). Para ello he tenido el mejor de los laboratorios sociales: mi querido y único patio vecinal. En estas semanas de encierro, de días que se encadenan a las noches sin que apenas podamos distinguirlo, he oído muchos cumpleaños feliz. Esa canción simplona que nace con nuestro primer año y que a veces nos sobrevive, porque puede que alguien la continúe susurrando durante un tiempo en nuestra ausencia, para recordarnos tal y como éramos, para que no nos perdamos del todo en el nunca más.

Las casas han celebrado. Todas a su manera. Iguales y distintas. Para Antonia el cumpleaños ha tenido el eco de la soledad,  de lágrimas desbordadas por estar demasiado tiempo contenidas. Muchas velas, demasiadas y demasiado lejos de quienes la quieren. Ha sido bullicio telefónico, pero del fijo. Antonia desprecia los móviles. Considera que a su edad ya no los necesita. Se la han cantado los suyos con una energía impostada y con una despreocupación fingida. Hace días que todos juegan al juego de la normalidad, mientras el teléfono se contesta con miedo. En cambio, en casa de Paco la canción ha sido alegría. Se han oído los aplausos, se han percibido los besos y los abrazos. Aquí la ausencia habitual de los años anteriores ha dado paso a la presencia excepcional de la cuarentena. Paco ha aprovechado la oportunidad de cruzar el umbral de un año más con los suyos. No hubo tarta bonita con escudo del Real Madrid. A cambio pudo saborear algo mucho más dulce: el bizcocho de sus hijos. Imperfecto, con un regusto cuestionable, pero relleno de horas libres para paladear este cumpleaños atípico.En el caso de Fina ha sido un combinado, una especie de cóctel sin alcohol. Ni estaban todos, ni faltaban todos. Su hija y su hermana cantaron con resistencia para alejar ruidos lesivos. Han celebrado juntas, pero desde una distancia prudente. No la han podido besar ni abrazar. Prohibido tocarse. No se puede arriesgar. Cuestión de trabajos.

Las celebraciones son diferentes, pero estoy segura de que sólo hubo un deseo a la hora de apagar todas esas velas, reales o imaginarias: que esto pase para recuperar el regalo de la piel con piel que conseguirá arreglarnos. 

Mientras, la vida sigue, así que: Cumpleaños feliz, Cumpreanos feliz, Zorionak zuri, Feliç aniversari, Bon nataliegu. Mi patio es así de grande.

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