Opinión

Llegaban de todas partes

Me llamo Alexandra de Grecia», dijo al sentarse, a la primera hora de la tarde. Alta, morena, guapota, apuesta y un tanto casual. Me extrañó su nombre. Se llamaba Alejandra y decía «de Grecia». «Ya, yo soy español, pero mi apellido no es ‘de España’». E insistí de nuevo, «–pero, su nombre verdadero es . . . .»: «Alejandra de Grecia», insistió con firmeza. En un instante se me reveló el enigma. Alejandra, hija de Constantino, ex monarca de Grecia, sobrina de la reina Sofía. Le firmé los documentos y con elegancia se levantó de la silla y se alejó por el pasillo. No la volví a ver. Era el curso académico en que se hablaba de las siete princesas europeas matriculadas en Brown. Era considerada por aquellos años como una de las universidades más solicitada de Estados Unidos a nivel de pregrado (hot College). 
A mediados del semestre del otoño se celebra el popular Parents Weekend. Su objetivo, que los padres visiten a sus hijos para alentarlos en su nueva experiencia universitaria; que no se sientan olvidados; compartan con ellos una tarde de competiciones deportivas; formen parte de la gran familia académica; se reúnan con los profesores de sus hijos; intercambien ideas sobre el sistema pedagógico e incluso, si lo desean, visiten una de las clases a la que asistía su hija o hijo. Se les veía pateando el campus, de un edificio a otro, con la lista de clases, descripción del curso, edificio, número de aula y nombre del instructor. 
Fue destacada la presencia de Jane Fonda cuya hija, tenida con Roger Vadim, el prestigioso director de cine, pasaba su primer semestre en Brown. Apareció en su clase sobre literatura colonial: Diario de Colón, Cartas de Cortés, Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Historia verdadera de la conquista de Nueva España de Díaz del Castillo, Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas, Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz. Jane Fonda siguió el coloquio con el que se cerraba el seminario e incluso participó en el breve debate con preguntas puntuales. La instructora quedó sorprendida del manejo del discurso crítico de la actriz, al igual que su hija. Esta no regresó el siguiente semestre. Una breve nota del periódico estudiantil la situaba con un permiso de ausencia en Guatemala, inmersa en un poblado maya, organizando un activo grupo de ayuda social. Pronto se asoció con la activa labor llevada a cabo por su madre durante los tumultuosos años de la guerra de Vietnam. De ahí el refrán, sin ninguna connotación peyorativa: «de tal palo, tal astilla». 
De aquellas Jane Fonda venía acompañada de su último esposo Ted Turner, el fundador de la innovadora compañía de televisión CNN cuyo motto era «noticias al instante y desde el lugar en que suceden». Distinguido alumno de Brown , Turner tuvo que abandonar los estudios sin terminar la carrera. Fue agasajado con esmero por la oficina de antiguos alumnos (Old Alumnii), con miras a ser investido con el titulo de Doctor Honoris Causa, en la espectacular ceremonia de la graduación que cierra el curso académico. Sin descontar una sustanciosa contribución económica. 

La diversidad étnica era sorprendente, y lo era el alto número de solicitudes de ingreso. Tan solo el 14% de los solicitantes eran aceptados. Incitaba al profesorado a un trabajo académico esmerado, con un número reducido de alumnos por clase. En mente, aquella chica rubia, pecosa, escuálida, que había pasado un año en Guatemala, viviendo con una familia en un zona rural. Esposo violento, bebedor, temido y reverenciado en casa, servido por ágiles manos femeninas. Tal era el estereotipo del «latino» fijado por la joven que cayó en una de mis primera clase en Brown. Tuvo a gala contar las veces que usaba “él / ella”, y llevaba una estadística sorprendente. La lectura del poema de Octavio Paz, «Las palabras» fue la piedra de choque. Lo asoció con la figura de la mujer humillada que había conocido en el país centroamericano. Incitaba a la lectura feminista extrema: «Dales la vuelta, / cógele del rabo / (chillen, putas), / azótalas, / pínchalas . . . písalas, gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas [ . . .]». Mi lectura: buscar el significado más íntimo y sutil de las palabras, rompiendo lo convencional, la frase hecha, manida, siendo el poema a modo de un breve manifiesto de la poética de Paz. La estudiante leyó el peoma como un acto de violencia machista, ofensivo y hasta denunciable. Lejos de mi intención, aunque las dos lecturas eran factibles. Fue mi prueba de fuego en la nueva universidad.

Seguí el consejo: anunciar en la primera clase que el instructor de ningún modo respaldaba las lecturas asignadas por radicales u ofensivas que resultasen. Tan solo las exponía y explicaba; ni las defendía, ni las apoyaba ni formaban parte de su ideología personal. Tales lecturas eran pertinentes para el curso que se ofrecía. 

(Parada de Sil) 

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