Opinión

Lo más difícil

El proceso que se sigue contra aquellos que intentaron linchar a una pareja de guardias civiles de asueto y sus novias en un local de copas de la localidad navarra de Alsasua pone de manifiesto dos verdades fundamentales. En primer lugar, que cuesta demasiado concienciar a la población para que sea plenamente consciente de la dimensión de sus actos.

 Y en segundo término y lo que resulta aún más duro de considerar, que existen bolsas de población en el País Vasco y el norte de Navarra que todavía almacenan un odio irracional, ese odio salvaje y asesino que parecía ya fruto del olvido y que la mayor parte de nosotros creímos superado hasta que ha llegado este episodio del bar de Alsasua y hemos comprendido que permanece latente y no ha sido definitivamente borrado aún a pesar del tiempo trascurrido, de una parte del país que vivió más de medio siglo bañado en sangre, en bombas, en luto y en inquina.

Esa realidad que cuenta la novela “Patria” por ejemplo, que costaba creerse, a la que no todo el mundo dio crédito, lejos de haber concluido, de vez en cuando aparece en toda su crudeza. En este caso, dos jóvenes agentes de la Guardia Civil y sus respectivas parejas fueron cercados por una multitud de una ferocidad inaudita y recibieron una tremenda paliza. Una de las muchachas trató de proteger con su propio cuerpo a uno de los agredidos, y los agentes de la policía foral que se personaron en el lugar fueron amenazados y conminados a no intervenir para evitar lo que puede catalogarse como un intento de linchamiento. El miedo sigue presente hasta tal punto, que los dos agentes forales han adquirido el rango de testigos protegidos y han declarado a cara cubierta. Ambos coincidieron en reconocer que aquello no había sido una bronca de bar sino una terrible paliza en toda regla.

El caso ha ocupado un singular nivel de relevancia en la actualidad de estos últimos días, sin duda porque las instancias judiciales que ejercen la acusación en el proceso apuntan la necesidad de considerar los hechos acontecidos en la taberna navarra como un caso de terrorismo, lo que elevaría considerablemente las penas a las que se enfrentan los principales acusados. La fiscalía puede pedir para ellos penas de cárcel que pueden llegar hasta los sesenta años, lo que probablemente no pasó por la cabeza de los criminales cuando, aparados por una multitud vociferante y enardecida, estaban dispuestos a matar a golpes a dos hombres y dos mujeres cercados por la turba. Pero así es el código penal y así de solvente es cuando se aplica. Cuando uno elige un camino debe saber qué cuesta tomar esa decisión. Y ahí parece residir lo más difícil.

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