Opinión

Los huevox de serpiente

La enésima pirueta política de la derecha “europea” que supuestamente encarna Ciudadanos, ha permitido que la ultraderecha de Vox toque poder en Andalucía con las bendiciones de sus hermanos mayores de un Partido Popular virulentamente escorado a estribor, bajo la dirección de los cachorros de Aznar. 
Es el segundo episodio “español" grave en la inquietante involución social y política de los últimos diez años hacia los tremedales más oscuros de la historia moderna de Europa y de España. El primero fueron las ilegales sesiones de 6 y 7 de septiembre en el Parlament, en las que el atropello del independentismo a la oposición para imponer sus “leyes de desconexión” parecía un remedo de la dramática sesión del 33 en el Reichstag, cuando la minoría nazi aprobó su Ley Habilitante para liquidar la democracia desde el corazón de su primera institución representativa: el Parlamento.

Es una constante en la historia que el germen de destrucción latente en ambos extremos crezca, se alimente y justifique en la existencia del otro. Si la ceguera independentista se ampara en su delirio del “Estado fascista”, la “nueva” ultraderecha rampante lo hace en la “sagrada unidad de España”. Si los primeros degradan la Generalitat poniendo al frente a un idiota supremacista que considera a los no nacionalistas “bestias carroñeras, víboras, hienas con una tara en el ADN”, los segundos fomentan una catalanofobia demente. Así unos y otros tienen bien perfilado un muy conveniente “enemigo externo” como baza de resistencia o crecimiento electoral, una baza simple que no les obliga a presentar propuestas concretas a los complejos problemas de una sociedad moderna.

Sin duda el origen de la irritación social que parece devolvernos a un pasado siniestro arranca de la crisis-estafa desencadenada hace una década por un capitalismo desenfrenado, que hizo de la democracia un mero decorado formal que las “troikas” de turno podían ajustar a sus intereses y convirtió a los gobiernos electos en sus mayordomos. La transferencia de rentas al poder financiero y la descapitalización de la sociedad, han derivado en una ciudadanía furiosa que busca venganza en las urnas confiando en que mesías y telepredicadores (muy bien organizados) le devuelvan lo que han perdido con sus gobiernos tradicionales.

Mientras en Europa la memoria de los desastres hace que los demócratas se defiendan mediante cordones sanitarios al totalitarismo, en España aparece alguna “singularidad” que abona el caos: La levedad de la clase política no anclada en los extremos, tan incapaz para encontrar soluciones como frívola para banalizar los términos “franquismo”, “fascismo” o “golpismo”, que en esta banalización pierden su significado siniestro. Dirigentes jóvenes, tan ambiciosos, cortoplacistas y desmemoriados que disputan y se arrojan la Constitución, olvidando que fue el gran pacto entre diferentes que habían aprendido a sangre y fuego las miserias de negar al adversario.

En medio del caos, el discurso contra las mujeres, los homosexuales, los inmigrantes, los gitanos, los negros, los discapacitados o los pobres, no es nuevo. Se parece como dos gotas de agua al que se escuchaba en la Alemania de los años treinta del siglo pasado. Si los demócratas no cerramos filas, perderemos todos. Salvo las eléctricas y sus “congéneres”, que muy bien pudiera ser de lo que se trata…y de lo que siempre se trató.   

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