Opinión

Luís Carballo

Últimamente todo son necrológicas. Supongo que la vida se acaba convirtiendo en algo así, una implacable sucesión de necrológicas hasta que llega la de uno mismo. Claro que si las necrológicas sirven para recordar a alguien fabuloso puede que la cosa tampoco esté tan mal.

Luis Carballo fue mi jefe en los años ochenta, en su agencia de publicidad primero en Ourense y después en Vigo. Fue el mejor jefe que he tenido nunca (y he tenido varios muy buenos). Fui su director creativo y su director de fotografía en la revista Galicia Moda. Me convirtió en ilustrador cuando yo ni siquiera sabía lo que era eso. Me convirtió en diseñador gráfico. Me convirtió en fotógrafo. Una gran parte de mi vida profesional posterior a aquellos años se la debo a él y a su amistad. Algunos decían que tenía mal genio, vale, conmigo nunca lo tuvo.

Hoy, mientras escribo esto leo una reseña sobre él de Fernando Franco en El Faro de Vigo. Poco más podría añadir yo a ese texto, salvo una buena colección de anécdotas personales maravillosas.

Era un soñador. Si hubiera llegado a tener a su lado apoyándolo a políticos con verdadera visión de futuro hoy Galicia sería aquello que imaginaba él, una especie de Bonsai Atlántico como lo contó una vez Manolo Rivas en un libro. Quizá una Suiza gallega envidia de toda Europa. Pero aquellos políticos de entonces solo alcanzaron a ver y malamente la moda, el Xacobeo y poco más.

 Un día él estaba muy enfadado por una reunión que había tenido con un conselleiro o algo así, y vino a mi mesa a despotricar contra aquel tipo. En medio de la diatriba (Luis despotricaba muy bien) dijo mirándome: "¡Coño! Había unos versos en un poema de Tovar que estaban en las paredes del Tucho de Ourense que describen perfectamente a estos imbéciles, pero... ya no los recuerdo". Yo era un chavalito de veintipocos y admiraba a Luis. Tengo una memoria nefasta para las caras y los nombres pero, mis amigos lo saben, una memoria literaria y cinematográfica prodigiosa. De pronto se me apareció el poema delante. Se lo solté: "Ya no quedan piratas. / ¡Rebeliones! / Ya todos somos bueyes, bueyes, bueyes / para aguantar el yugo de las leyes / que en su provecho dan los piratones." Se quedó alucinado con una sonrisa de oreja a oreja. "¿Cómo sabes eso?", preguntó. Le expliqué que de adolescente iba mucho al Tucho con mi pandilla; siempre nos sentábamos en la misma mesa y enfrente, en la pared, estaba aquel poema. Creo que si no me dio un abrazo entonces solo fue porque yo no era su hijo. A continuación se fue hacia su despacho recitando en voz alta "Ya no quedan piratas. / ¡Rebeliones!".

Luis Carballo. Se fue a enseñar a los ángeles cómo demonios tienen que hacer para vestirse correctamente. Porque mucha ala y mucha ala, sí, pero de elegancia los ángeles no tienen ni idea.

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