Opinión

Luz, la maquilladora

Hay personas que lo llevan en el rostro. Qué ojos tan bonitos y profundos. Se llamaba Luz como su sonrisa, instalada en algún rincón de su alma. Nos maquillaba antes de salir en televisión. Al borde de un directo, como torero en capilla, nada reconforta más que una sonrisa y una conversación sencilla. Jamás se desdibujó esa contagiosa felicidad de su cara. Ni en medio de las tempestades que sin duda atravesamos en aquella familia que era Intereconomía TV. Toda la belleza de una mujer escrita en su imagen, para resumir todas las cosas buenas que aún puedes encontrar en días de zozobra.

De aquella empresa multimedia, a veces desmesurada y casi siempre genial, Luz era una de esas piezas que, hacia el exterior, parecen invisibles. Nunca en primer plano, su presencia era regalo exclusivo de quienes, de cuando en vez, o todos los días, teníamos la fortuna de caer en su sillón en la sala de maquillaje. Así éramos capaces de merendarnos lo que fuera frente a la cámara, inflado el pecho por sus palabras, siempre generosas y rebosantes de cariño.

Más tarde fuimos saltando de aquel barco anclado en el 36 de Castellana, que se nos perdió en la niebla. No sé, supongo que navegamos otros mares y, que a ratos, vino a besarnos también la bruma del olvido.

Me habían llovido más de dos años en esos limbos lejanos cuando apareció una noche, como un fogonazo en la penumbra. Y no era un día cualquiera. Con mi compadre Quero, presentaba uno de mis últimos libros en Madrid. Era una fiesta especial. Reencuentro con amigos, la presencia generosa de muchos de los que admiro, y muchas caras conocidas del periodismo, de tele, de todo ese mundo tan ruidoso que habitamos. Se me acercó Luz, y con mi imperdonable torpeza, tardé un instante en reconocerla, en medio de esa ensalada de besos tan abrumadora que ha de repartir el autor, convertido en novia de una boda sin boda. Ella estaba allí, con mi libro en la mano, esperando mi firma al final de la fila. Fue un segundo lo que tardé en reconocer sus ojos, como el fondo del mar, y esa sonrisa que abraza. Pero aún quiso sacarme del apuro restándole importancia a mi desconcierto: “¡Soy Luz, la maquilladora!”. Así se presentó, abrumadora sencillez, y le di un gran abrazo, claro. Firmé en su libro algo así, tan sincero: que la suya era la sorpresa más feliz de la noche, quizá por ser también la menos esperada.

Es solo una pincelada del modo en que Luz nos fue marcando a todos, esa forma tan carismática de hacerse querer. Una pincelada llena de color que rescato a la hora del luto. Porque Luz falleció este fin de semana en un accidente, de esa manera en que la muerte, fugaz e inesperada, nos arrebata a veces a las personas más llenas de vida. Muy pocas horas después, un grupo de WhatsApp reunía de forma espontánea a más de dos centenares de compañeros y amigos, buscando la mejor manera de recordarla, compartiendo estas pequeñas cosas, y trazando planes para ayudar en lo posible a paliar el dolor de su familia.

Entre tanta pena porque se haya marchado así, tan rápido e incomprensiblemente, suben al cielo azul dos certezas, como dos esperanzas. Que solo alguien con un corazón muy grande puede provocar una reacción así entre quienes la tratamos. Y que aquel equipo humano que un día la vida me dio el lujo de conocer en Castellana 36, estaba plagado de gente buena, talentosa, y especial, tanto como no he logrado encontrar en ningún otro puerto.

Siendo ahora testigo de tanta generosidad, de tanto cariño, de tanta luz -por Luz-, solo puedo sentirme pequeño, muy pequeño, pero inmensamente agradecido por haberme cruzado con ella, y también con ese bloque de gente que sobrevivió a los buenos y a los malos tiempos a su alrededor. Ella nos empujaba ser mejores porque, en realidad, de Luz puede decirse eso de que hizo un mundo mejor y mas bonito a su paso. Seguro de que el buen Dios se habrá rendido ya a su sonrisa, y que desde ahora marcharán más guapos y luminosos allá arriba, al otro lado del tiempo, donde espero que un día nos reencontremos para celebrarlo; y para darte otra vez las gracias, Luz.

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