Opinión

Más allá de los cementerios

El 1 de noviembre sólo se habla de cementerios, de flores y de muertos. Se les va a visitar al campo santo, se limpia la sepultura, se cambian las flores... Los telediarios se vuelcan en la cobertura de esa información, crónicas a la entrada de los cementerios y reportajes sobre el precio de los ramos. 

Entre toda esa información pasó un tanto desapercibida una que también tiene que ver con la muerte, la de las mujeres muertas por sus ex maridos, ex parejas, ex novios, lo que hasta ahora se llama violencia machista. También por esta perversa “nueva modalidad” de matar a los hijos para hacer daño a la madre.

¿Son víctimas de género esos niños que se quedan huérfanos de madre? ¿Son víctimas de género esas madres cuyos hijos son asesinados por sus padres, parejas, novios? ¿Y las mujeres asesinadas con agresión sexual, los matrimonios forzados o la trata? Cuando la violencia no la ejerce quien tiene una relación sentimental con la víctima ¿no es acaso también violencia de género? ¿Deben los hijos de los maltratadores visitar a sus padres encarcelados?

Las posibles soluciones a todo ello requieren de acuerdos políticos mayoritarios. Y aunque parezca increíble, a veces los hay, a pesar de que a veces tenemos la sensación de que el Congreso de los Diputados está paralizado por el síndrome de la falta de mayorías. En materia de violencia contra las mujeres queda margen para pactar los cambios a través de un proyecto de ley.

Ante esta buena noticia caben dos posibilidades: alegrarnos porque, al menos en este asunto que nos concierne a todos, hay un poco de sentido común, o directamente no creerselo. En la primera opción, las víctimas no tienen carné político (al menos que yo sepa) y los hijos menos. Los ciudadanos, (los de la calle, no los del partido) no están de acuerdo en que se utilicen ciertas tragedias para hacerse fotos, colgarse medallas, reclamar algún voto... Felizmente alguna decencia colectiva aún persiste. La otra opción es la del descreído: sólo faltaría que en esto no hubiese acuerdo. Ahora, seguro, se abre la batalla por quién sale en la foto, por quién se arroga la propiedad intelectual de la nueva ley y sus mejoras.

Yo, como huyo de los extremos como del diablo, me quedo con un poco de las dos. Efectivamente ya era hora de resolver las cuestiones que parecen obvias, pero también es de agradecer que en esta ciclogénesis política permanente en la que vivimos exista un pequeño espacio donde guarecernos y que no sea en el silencio de los cementerios.

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