Crisis del coronavirus

Los mayores solos de Ourense: “Echo de menos a los nietos"

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photo_camera Marga Nieves, 72 años; Manuel Araújo, 73 años; Conchita Rodríguez, 90 años;Carmen Ropero, 76 años y Blanca Álvarez, 65 años.
Cinco historias de confinamiento sénior: "Lo llevo bien, me preocupan todos los ERTES que hay" 

 Conchita Rodríguez, ourensana. Se presenta con la edad: “Tengo 90 años y 50.000 historias propias de mis años”. Es una de las mayores que residen en la ciudad, ese colectivo de riesgo que hay que cuidar más en tiempos de coronavirus. Pasa la cuarentena con una hija. “Dentro de lo que cabe estoy bastante bien. Entreteniéndonos como todo el mundo. Haciendo solitarios, ejercicios de memoria, cosas de casa... Vivo en un sexto y subo a la buhardilla varias veces. No estoy desesperada”, dice la voz cálida al otro lado del teléfono. Echa de menos respirar. “No soy de estar en casa, normalmente salgo mañana y tarde. Ahora tengo la libreta casi llena de cosas, estoy mucho con la tablet y hablo por teléfono y por guasap”. Tiene otra hija en el edificio de enfrente: “Nos vemos en el balcón”. Conchita dice que “como soy de los niños de la guerra ya pasé lo mío. Tanto como miedo no tengo, pero respeto sí”. 

"Ya estoy habituada a estar sola. no le tengo miedo al coronavirus, soy niña de la guerra. pero sí le tengo respeto"

 

“El teléfono viene muy bien"

Marga Nieves, 72 años. Es una de esas 17.000: los mayores que viven solos en Ourense. “Por desgracia hace años que es así, pero tengo un hijo que viene mucho por aquí. Mi vida es sola”, dice. “Yo ya estoy habituada, procuro como mucho salir un día a la semana de casa. ¡Y solo tengo que comprar para mí! Supermercado, frutería y a salir al balcón a aplaudir. Tengo a mis hijos muy cerca, gracias a Dios. Pero echo de menos a los niños, tengo tres nietos”. Cuenta que el que está en Córdoba le hace más videollamadas que nunca: “Ahora hablamos casi todos los días. Los teléfonos nos vienen muy bien”. Le preocupa el después, como a todos. “Todos los ERTES estos que está habiendo… Yo no sé hasta dónde se puede llegar, me preocupa”.

 

“Echo de menos pintar"

Manuel Araújo echa de menos sus pinturas. A este ourensano de 73 años el coronavirus le coloca en grupo de riesgo por partida doble: mayor de 65 y diabético. “He conseguido una entrevista por teléfono con mi médico de cabecera hoy. Le he dicho que me gustaría dar una caminata y me ha dicho que ni se me ocurra. Que no nos pille el bicho”. Es pintor jubilado y da clases en las aulas para mayores de Ategal, donde tiene de alumnas a Conchita y Marga. “Mi taller de pintura está cerrado y en unas galerías. Me olvidé de traer a casa el maletín con las pinturas”, se lamenta. Va tirando de lápiz y bloc de notas, “haciendo dibujitos que me interesan”. “Al supermercado voy en momentos puntuales. Lo veo por el balcón y cuando veo que no hay gente, me acerco. Voy a tener paciencia. Soy un animal social. Estoy deseando que pase esto para celebrarlo a lo grande”.

 

“A veces me agobio"

A Blanca Álvarez la pillo leyendo en su pequeña galería. “Estamos mi marido y yo solos. El encierro es necesario. Lo voy llevando bien, pero me preocupa. Voy ocupando las mañanas en hacer labores de casa y mucho yoga. También leo, sobretodo relatos cortos”. Le preocupa su hija, que sale de cuentas en abril. “Me gustaría que esto pasase para estar con ella ayudándola”. También tiene una nieta de 18 meses. El padre va enviándole vídeos de la pequeña. “A veces me agobia ver las noticias. Leo el periódico pero veo poco la tele. Algún concurso, El Hormiguero”.

 

“Un flechazo, amiga"

Carmen Ropero, de 76 años, es poeta. “Bueno, quiero serlo. No digo que lo soy porque es mucho pretender. Tengo dos poemarios editados y este tiempo me viene de perilla”. El confinamiento le ha regalado una historia de amor genuino. Ha conocido a alguien a través del balcón. “Cada día en mi barrio sale un virtuoso del acordeón a tocar el “Resistiré”. Yo voy preparada al concierto y hace tres días me puse a hacer gimnasia. De repente, veo que alguien en frente me sigue los pasos. Un flechazo, amiga. Amor a primera vista”. Nicolás tiene ocho añitos. Se dijeron sus nombres al cabo de los días de mirarse de reojo. “No importa que yo no sea niña para conectar tan maravillosamente. Le saqué un globo por la ventana y ahora desde su casa me saca un globo. Seguro que sacaré algún cuento de esto”.

"Tuve un flechazo a primera vista en el balcón. la historia me dará para escribir un cuento en este tiempo de encierro"

 

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