Las mejores vistas del cementerio

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Trece panteones de gran valor, herencia del buen hacer del arquitecto Daniel Vázquez Gulías y de las demandas de una burguesía pujante. Eran otros tiempos, principios
del siglo XX, la privilegiada clientela quería perdurar, ahí están 

Cincuenta metros separan la carretera de la Granja del camposanto de San Francisco. “El término de la vida aquí lo veis, el destino del alma según obréis”, reza en el friso de entrada. En la cima, majestuoso, el Montealegre a modo de trazo imaginario que separa el cielo y tierra. El cementerio, ubicado en una hermosa ladera con el Montealegre tan presente, al menos en la mirada, que a veces se mimetizan las cruces de aquí y la que corona en lo alto.

En San Francisco se aleja el bullicio del tráfico, todo es silencio. El lugar es hermoso, bien orientado, al sentir lumínico de quienes allí reposan –como si así el contacto con la frialdad terrenal fuera más leve-, desde el amanecer a la caída de la tarde, el sol nos regala al menos en estos días de otoñal presencia, los argumentos más cálidos.

Recibe una angelical figura de fundición que un día se desplomó de la cima de uno de los panteones; apunta con el dedo, no acusándonos ni señalándonos, sino en una especie de invitación a un viaje en el tiempo. Porque conviene recordar que en este lugar se vienen produciendo enterramientos desde hace casi dos centurias (1834), y desde entonces se han sucedido muchas historias.

Ilustres y los otros

En San Francisco los cronistas siempre han resaltado insignes figuras de las letras y las artes ourensanas (Florentino Cuevillas, Cándido Fernández Mazas, Manuel Martínez Risco, Blanco Amor, Marcelo Macías, Parada de Justel, Valente, Ben-Cho-Sey...), por aquello de la autoestima y el valor de lo próximo, pero la historia no ha sido justa con todos. Es cierto que sí hizo justicia –Rosa Casado- con quienes dieron lustre y cincel a muchas de las sepulturas, desde los marmolistas de talleres Piñeiro, iniciado por Francisco Piñeiro (1857-1926), Antonio Faílde (1907-1979), a la fundición de la fábrica Malingre, a las esculturas de Felipe Oñate, o al singular Victorio Macho, triste protagonista –su obra- de un sonado robo el pasado verano en Italia.

El cementerio de San Francisco ha vivido de todo, y no siempre bueno. En 1998 incluso se cuestionó su valor artístico, la tenacidad de los Amigos del Cementerio, la intercesión de Ángel Valente, cuyos restos allí reposan, y la actitud displicente del entonces presidente Manuel Fraga declarando BIC el entorno, llenó de paz el camposanto y alejó la previsible piqueta y las obras.

Daniel Vázquez Gulías

“El hacedor de la ciudad de los vivos, también es el de la ciudad de los muertos”, apunta Elvira Carregado, arquitecta municipal. Más allá de escritores y artistas, al cementerio se le echan de menos otras lecturas. Aquel Ourense antiguo, donde la burguesía, el pujante comercio, los indianos, banqueros e incluso políticos estaban decididos a levantar también allí su última y suntuosa morada.

No era el único pero casi. Vázquez Gulías fue arquitecto municipal, episcopal y ejerció el oficio por libre, hasta que le relevó Manuel Conde en el ayuntamiento. En San Francisco tiene que haber panteones firmados por Conde, labor a investigar. Gulías era “una persona con una formación impresionante”, de pasos estilísticos muy marcados, “Un lenguaje-al principio- muy ecléptico, en los veinte, modernista, e influenciado por el expresionismo al final de su vida, en los años 30”.

¿Qué demandaban sus clientes en el camposanto de San Francisco? “El lenguaje que tenían asociado esas familias a la religión era el gótico”. Uno imagina que por aquello de elevarse más alto. “Concretamente el alcalde Antonio Rodríguez dejó por escrito a sus albaceas que quería una capilla en el cementerio católico que fuera gótica flamígera”. Los arquitectos en cuanto a que Vázquez Gulías es el artífice del Ourense moderno, lo tienen claro: “Los edificios de Gulías marcan el urbanismo, no son edificios aislados, marcan y definen el entorno”. Pero si su labor en la ciudad es inabordable, casi numerarla agota, en San Francisco, el catálogo desplegado en Panteones (con capillas o sin ella), mausoleos y sepulcros impresiona. No hay otras construcciones que les hagan sombra. Desde el panteón neogótico de Espada Guntín (1907) construido sobre cripta, a los pináculos acelerados demandados por el alcalde Antonio Rodríguez. La más grandiosa es la de Ruperto García (1907), a modo de templete con pináculos y recurrentes motivos vegetales. Hoy, uno de los más abandonados. “Señores, tienen ustedes la obligación de adecentarlo”, apunta Elvira, a requerimiento del ayuntamiento. Hermoso el de Lamas Carvajal (1907), en curioso semicírculo y ornamentos vegetales, en una solución semejante a la de Camilo Pallarés (1928), aunque desprendido éste de abalorios.

Llamativo también el suyo propio (1934), panteón depósito en estilo secesionista, sin ornamento, como quien trata de renunciar a lo que en parte de su carrera había sido seña de identidad, pero la evolución es notoria. Si bien, uno de los más llamativos es el de la familia Ferro Martínez, con angelitos en fundición de Malingre y forma pretendida de un templete griego.

En fin, 13 palacetes con buenas vistas, para vivos y muertos.

Los más ricos del camposanto que gustaban de Vázquez Gulías 

Familias de postín y poderío, Daniel Vázquez Gulías había sido como arquitecto quien había dado forma a muchas de sus construcciones en la ciudad, era razonable que fuera él también el encargado de sus moradas en el cementerio, como extensión en muchos de los casos de sus propias personalidades. Entre ellos el doctor Antonio Rodríguez, quien además fue alcalde de Ourense en 1905 y 1908; Luis Espada Guntín, miembro del Partido Conservador y diputado por Ourense entre 1884 y 1923, llegando a ser ministro en varias ocasiones; el comerciante Alfonso Santos Junquera, promotor de la obra más grandiosa, la casa Junquera, en la Avenida de Pontevedra; Alejandro Mosquera Caride, que hizo fortuna en Argentina y llegó a ser alcalde de la ciudad en 1919; Valentín Lamas Carvajal (1849-1906), el mentado poeta y periodista; la familia París, entre los que destaca el abogado y alcalde de Ourense (1974-1977), Miguel Riestra París; La familia Mosquera, de la que Alejandro Mosquera (1920) también fue alcalde de la ciudad; la familia Romero, de la Banca Romero; también otras familias como las de Gisleno Gallego, Camilo Pallarés, Ruperto García, Garza, o los Ferro Martínez, todos poderosos clanes familiares que ansiaron dejar pujanza entre los vivos y los muertos. 

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