Opinión

Ojos como espadas

Hace tiempo que no escribo de amor en esta página. Ayer sucedió. Es como una vieja historia. Qué sorpresa, ayer me di de bruces con los dos. Allí estaban, en el Frade, jazz, vinos y besos, como el primer día. 

Te cuento, hermano lector. Y perdona que roce hoy la novela rosa. Ayer, por fin, conocí a la vieja estrella del fútbol brasileño que tiene un amor en la ciudad. Campeón del mundo, colega. Si eres aficionado, tal vez lo recuerdes: Ronaldão. Un central de un par de metros, iba muy bien de cabeza y no había saque de esquina que él no despejase. Lo quisieron fichar los grandes de España, qué pena, nos lo perdimos. Jugó en los mejores equipos brasileños y después se fue a Japón.

Se me está yendo la olla, hermano; lo que quiero es hablar de su historia de amor. Mira tú, era principios de los 90 y la selección brasileña llegó a Galicia para jugar el trofeo Teresa Herrera en A Coruña. En Santiago decidieron visitar la catedral. Ya sabes cómo son los jugadores de aquel país, iban en grupo, alba_ilustracion_noguerol_resultfestivos, con samba y ruidosos por la calle del Franco.

Ella era una universitaria de Santiago. Caminaba con los libros bajo el brazo cuando se dio de bruces con los futbolistas. Alguna vez me lo contó ella: “Créeme, el amor a primera vista existe. Se cruzaron nuestros ojos como espadas. A los dos nos subieron escalofríos por la vértebra. Fue tan extraño. ¿Sabes?, las mujeres percibimos cuando llega el amor. Se acercó con toda su magia brasileña, caminé a su lado y me invitó al partido que jugaría en A Coruña dos días después. Allá me fui, era inevitable. Pasé esos días a su lado; cuánto caminamos al borde de la playa. Todo fue muy discreto, durante el partido no cesó de mirarme. Ninguno de su expedición se dio cuenta. Se marchó haciéndome un montón de promesas”.

Lector, te diré algo de ella. Es amante del jazz. Profesora de inglés. Ejerció con frecuencia de traductora y siempre estuvo cerca de los grandes jazzmen que vinieron a la ciudad.

Prosigamos con su historia. Pronto encontró en su buzón un billete de avión y la fecha de un partido que iba a jugar Ronaldão en Europa. Las citas se fueron sucediendo. Es bien cierto. Él vino a Ourense en cuanto pudo. Los padres de ella lo acogieron con naturalidad en su casa.

Ay, estamos en 1994. Se juega el Campeonato del Mundo en Estados Unidos. Ronaldão está entre los seleccionados. El 17 de junio comienza el campeonato. Ese día, la ourensana, discreta, estaba ya muy cerca del hotel de los jugadores. Lector, uno al fin tiene sangre de periodista y con frecuencia conoce los secretos.

Te narro. Aquellos días Ronaldão estaba muy triste en USA. Los suyos eran un equipazo, ganaban todos los partidos. Allí estaban por ejemplo dos leyendas: Romário y Bebeto. Antes de cada partido, Ronaldão miraba con ansiedad la pizarra con las alineaciones. Imagínate su tristeza, en todo el campeonato, en ningún partido, no jugó ni un minuto. Pero claro que sí, es campeón del mundo, allí estaba.

La ourensana “meigosa” lo cobijó en sus brazos en aquellos días del campeonato. El 17 de julio del 94 ella estaba muy cerca. Se jugaba la final. Tal vez lo recuerdes, Brasil ganó a Italia en los penaltis. Sus miradas se cruzaron cuando Baggio, el jugador italiano, erró su último penalti. Campeones del mundo. Esa noche Ronaldão se las arregló para pasar parte de la noche a su lado.

(Tantos años y el domingo estaban juntos y felices en la barra del local. Ronaldão tiene ya 51 años. En todos sus años de futbolista por el mundo, la pareja se encontró en tres continentes. Ay, allá cuando yo tenía veinte años empecé entrevistando a los entrenadores en los vestuarios al terminar los partidos. Conque me atreví a acercarme a ellos. “Te vi jugar en el Corinthians y en algunos partidos en España. Cómo ibas de cabeza…” Él se ríe. Pertenece a esa camada de futbolistas brasileños religiosos y me dice “obrigado” con humildad. Ya ves, como en mis viejos tiempos, le pregunto por el jugador que le dio más problemas. Responde rotundo: “O ‘pequeno’, Romário. Es mi gran amigo, ahora es senador”. Sonríe el central: “Ojalá hubiera tenido la libertad que le dio Cruyff cuando era su entrenador en el Barcelona. O ‘pequeno’ podía andar por ahí hasta el amanecer. Cruyff decía: ‘Amigo, es Romário, él es el que mete los goles el domingo”. El futbolista me tiende su mano cálida, y me guiña: “Hubiera tenido más tiempo para estar con ella”. Mirándolos, no sé por qué recordé aquel verso y se lo dije al oído: “Es grato saber que hay unos ojos que nos verán llegar/ y luego brillarán más cuando nos vayamos”.)

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