Opinión

Las coaliciones tienen consecuencias

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, ha dado el primer paso para desbloquear la formación del gobierno mediante el ofrecimiento de la coalición -¿qué fue de aquello tan novedoso del gobierno “de cooperación”?- pero queda mucho trecho por recorrer hasta llegar a la concreción de esta fórmula que implica a dos partidos de izquierdas, novedosa en la gobernación del país desde la II República, y que a muchos les suena a Frente Popular pese a las distancias manifiestas entre una y otra situación histórica y social de España. Todo vale para asustar.

Que los militantes de uno y otro partido autoricen el acuerdo –con discrepancias internas en cada uno de ellos- es un paso más pero no el definitivo hacia la consecución del Gobierno que depende, sí o sí, de la abstención de ERC, al que puede sumarse alguna formación más de forma testimonial. Los independentistas catalanes, como era de prever tras la sentencia del “procés”, han subido el precio de su abstención y recuperan el discurso del documento de Pedralbes, con una negociación entre iguales que desborda el marco constitucional que PSOE y UP se han comprometido a mantener en su acuerdo de gobierno.  Las posiciones de los dirigentes de ERC, como Pere Aragonés, que llaman a “no aflojar” en la presión en la calle no facilitará el acercamiento.   

La fórmula del Gobierno de coalición entre partidos de izquierdas es inédita en el Gobierno de la Nación pero no en el de comunidades autónomas y ayuntamientos. Tampoco ha sido muy frecuente en los países europeos, con casos más habituales de acuerdos de legislatura. De estas coaliciones se puede extraer, sino una conclusión exacta, sí una tendencia: el pez grande se come al chico y el partido que ostenta la presidencia acaba reforzado en las siguientes elecciones. Los ejemplos británicos con los liberales, o el alemán con los socialdemócratas en dos ocasiones, son evidentes. O como en el caso de la jerigonça portuguesa -el ejemplo que no pudo seguirse- en la que los socialistas portugueses mejoraron resultados a costa de sus socios de legislatura. De la habilidad de Pablo Iglesias dependerá su futuro.

En España los gobiernos de coalición entre el PSOE y Podemos que se han establecido antes de las últimas elecciones autonómicas han acabado con el derrumbe de la formación morada. Ocurrió en Castilla-La Mancha, que de estar en el gobierno autonómico perdió toda representación parlamentaria. En la Comunidad Valenciana, en las elecciones del 28-A, el PSOE incrementó su representación. Con varias regiones gobernadas por coaliciones lideradas por los socialistas, las próximas elecciones autonómicas darán la medida de los perjudicados por los pactos. En el caso de los gobiernos de coalición del PP con Ciudadanos habrá que esperar a ver el destino del partido naranja y su evolución, si decide centrarse o se incorpora en el futuro, como pretende el PP, a su proyecto de España Suma.  

Lo que es seguro es que, si Sánchez consigue la investidura, la próxima legislatura se desarrollará bajo el denominador común de la crispación, tan habitual cuando el PP se encuentra en la oposición, y más en esta ocasión en la que va a estar condicionado por el potente grupo parlamentario de Vox. Una circunstancia que puede contribuir a dilatar decisiones en las que es imprescindible el acuerdo de gobierno y oposición.     

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