Opinión

Otra vez, cita en Moncloa

Otra vez se van a ver. No es la primera vez que Pedro Sánchez y Pablo Casado mantienen un encuentro. Las pocas veces que el presidente del Gobierno ha llamado al líder de la principal fuerza de la oposición, Casado siempre ha asistido. Lo hace por convicción democrática y consciente de su papel institucional. El suyo y el de su interlocutor y ambos, y más en los momentos actuales, deben cuidar con exquisitez la liturgia democrática. Se comienza fallando en las formas para, a continuación, devaluar el fondo.

La democracia es una constante conversación. Debería serlo. Siempre, por perfecta que sea, hay zonas oscuras, deberes pendientes, nuevas necesidades y nuevos retos. Para hacer frente a todo ello, la conversación en su sentido más profundo, debe ser constante y permanente. No se trata de reunirse todas las semanas en Moncloa, pero s'i de compartir, desde la discrepancia que pueda existir, por lo menos, las prioridades y esas otras cuestiones que nos identifican como nación cara al mundo.

Hasta el momento, el Gobierno, en apariencia al menos, parece funcionar con disciplina. Los ministros de Podemos no parecen de Podemos, y los del PSOE son los de Sánchez. Hay disciplina y afán decidido de no dejarse pillar por disputas internas. Pablo Iglesias ha entendido a la primera cuál debe ser su estrategia como miembro del Gobierno. Aun así, la legislatura apenas sí ha comenzado pero no es muy arriesgado aventurar que para Pedro Sánchez no tiene especial riesgo que el CGPJ se renueve ahora o dentro de tres meses y ni siquiera que apruebe o no los presupuestos. Le basta con prorrogar una vez más los de Montoro y probar suerte más tarde. Si esto ocurriera nada pasaría. De inmediato se crearía el argumentario necesario para que efectivamente, se asuma que no pasa nada. Con este Gobierno nunca pasa nada, salvo cuando se trata de la oposición.

El riesgo de Sánchez y de su Gobierno es, sin duda, el camino de diálogo iniciado con Cataluña, el paro, la financiación autonómica etc, etc... Mientras todo esto vaya llegando, cada día surge una nueva idea como es anunciar modificaciones a cuentagotas del Código Penal, llevar al Congreso la Ley de Eutanasia, y algunas más que andan por ahí guardadas en la convicción de que los debates que se planteen al respecto generarán, cuando menos, desasosiego en el campo de la derecha.

Sin embargo y por mucho malabarismo político que se haga desde Moncloa, a nadie se le escapa que ninguna cuestión de fondo -pensiones, financiación territorial, modelo autonómico, política exterior- si se quiere que perdure en el tiempo, el PP y el PSOE deben acordarlo. Si el Gobierno pretende sacar adelante temas sustanciales solo con los grupos que le han dado la investidura, lo que haga estará llamado al fracaso y, en el mejor de los casos, dejara fuera de esos acuerdos a media España.

Pablo Casado jamás ha eludido una conversación con Pedro Sánchez y no lo hará jamás porque también ha llegado su hora. A Sánchez le toca gobernar y a Casado ser su alternativa. Ni uno ni otro lo tienen fácil, pero mientras Sánchez ha logrado, hasta el día de hoy, un Gobierno disciplinado y un PSOE convertido en su plataforma, Pablo Casado tiene el reto de gobernar un partido que si nunca ha sido fácil, en los últimos días ha generado ruido y cuando ha tenido oportunidad de marcar territorio con un discurso serio, riguroso, como es el caso de la eutanasia, sale con lo de ahorrar costes. Solo los novatos no se han enterado que una frase basta para destrozar un discurso. Frase que, por cierto, Casado nunca hubiera dicho pero que al haberse pronunciado desdibuja, en tanto que presidente del PP, su propia posición. La misma disciplina, el mismo control de mensaje que hay en el Gobierno es el que debiera haber en el PP.

No es previsible que el encuentro del lunes dé mucho de sí, pero en sí mismo es bueno que se produzca. ¿No hubiera sido interesante que el presidente hubiera descolgado el teléfono para explicar al líder de la oposición el asunto de la tal Delcy? Es solo un decir.

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