Opinión

Paisajes con historia

Un conjunto mágico. Único. Asombra al viajero que llega por primera vez, y pasa Casa do Vento, A Lama, y bajando por O Espiñeiro, se abre ante su mirada un mágico abanico de lejanos horizontes. En frente, al otro lado del Cañón del Sil, tierras que fueran del conde de Lemos, también Marqués de Sarria, y Virrey de Nápoles. Fundó palacios y conventos; mecenas del gran Cervantes a quien le dedica la Segunda parte del Quijote. Por sus callejas pateó el gran don Luis de Góngora de camino hacia Pontevedra, necesitado de protección y ascenso social. Comisiona su viaje el cabildo catedralicio de Córdoba. Recuerda al conde en su viaje a Nápoles en memorable soneto: «El conde, mi señor, se fue a Nápoles», cuyo epígrafe se lee: «En la partida del conde de Lemos». 

En las invernadas, a lo lejos, tierras de Courel, cuyos ríos, montes y arboledas, llenas de sosegados murmullos, descifra líricamente  el gran Uxío Novoneyra, natural de Parada, Folgoso de Caurel. Escribe en Eidos: “Courel dos tesos cumes que ollan de lonxe. / Eiquí sóntese ben o pouco que é un home...”. A la izquierda, en la lejanía, los parajes que se deslizan desde Monforte hacía Chantada, y la nebulosa silueta del monte Faro, lugar de encuentro y desencuentro de nombres, límites y variedades dialectales.

Más cercano el torreón del castillo de Castro Caldelas, el gran vigía del valle y de la montaña: desde la lejana Cabeza da Meda hasta los verdosas laderas del Sil. El Sil es voz aguda, sonora, musical. Sumida entre una consonante sonora, labio paletal y una –l dental. Domina, en  pausado fluir, las laderas, que en precipitados bancales ofrecen al dios Baco sus preciados sabores. Sobre sus ancianas aguas discurrieron historias milenarias: sus Castros, sus cenobios, sus mosteiros, sus grandes peñascales, sus robledales y vetustos castiñeiros. Dos orillas: de un lado el estar aquí, la viña, la cepa, el bajar y el subir por esas laderas centenarias. En lo más alto, el castro romano que, a modo de vigía o atalaya, orientaba a quien ya de vuelta regresaba a la casa, desde la profunda América, desde la Corte del rey, o desde la cercana Europa.

Parada de Sil a medio camino entre ribera y montaña. Es contemplación y descanso. Es a modo de eslabón entre la cuesta empinada y la caída hacia el rio. Un poema de sombras y lejanías. Lugar de lejanas ferias, de pintorescas aldeas, de sumidas ermitas, de caminos hundidos bajo sonoros robledales y pinares suntuosos. Allá, en el alto, a modo de nido de águila, San Lorenzo; sus tumbas antropomórficas, oquedades que narran historias jamás escritas. Eternamente silenciadas. Asombra el mirador de Triguas, la escondida Senra, el acallado Pradomao, la breve y humilde Edrada y la brava oquedad del rio Mao, que baja cantando de piedra en piedra. Y termina abrazado al gran Sil.

Paisajes únicos que son también historias; historias milenarias que también son paisajes. Paisajes que también son formas de vida. Toponimias aun sin descifrar. ¿Quién el primer poblador que abrió caminos y senderos?; ¿quién el que puso la primera piedra y que a modo de albergue o refugio fundó el primer poblado y le dio nombre? ¿Quién el primero que antes del cenobio de Santa Cristina dijo: «aquí edificamos y aquí nos quedamos». ¿O los primeros cimientos de San Adrián? ¿Quién dio nombre a los nombres de cada aldea?: As Paradellas, Coutiño, Teimende, Chandrexa, Os Fios. ¿Y quien el primero que acalló su amenazante identidad judeo-cristiana, y estableció en Forcas su refugio? ¿Y bautizó a sus descendientes con inconfundibles nombres bíblicos: Sara, Moisés, Isaac, Abel, Susana, Ismael. 

Una lejana población, ahora diezmada a causa de la gran despoblación rural, derivan el apellido Jácome (o Xácome) del patronímico Iacobus. Su etimología hebrea, «Que Dios nos proteja». Su clara ascendencia, ubicados en Andalucía con el nombre de Jacob, mayormente en Sevilla, y ante la gran diáspora en 1492, hispanizaron sus nombres. Un gran número de lápidas delatan en Forcas su masiva presencia desde tiempos lejanos: Prietos (del Preto sefardita portugués), Jácomes, y Blancos en otras aldeas cercanas. El nombre de Pero Xácome ya se recoge en los albores de la Edad Media.

Nos envuelve la historia y el mito. Las rutas de los barquilleros, los caminos del chocolate, los feriantes camino de Extremadura con sus hatos de yeguas, o las familias de zapateros que poblaron la ribera del río Órbigo, entre La Bañeza y Carrizo de la Ribera. También la historia silenciada de aquellos que no volvieron (Buenos Aires y La Habana, Caracas y México). Y los aires de barquilleros, jamoneros y vendedores ambulantes de quincalla. Llegaron mejores tiempos y arrumbaron el cajón por lucientes joyerías. Paisajes humanos que son también historia. O mejor, en palabras de Unamuno, silenciada intrahistoria.

(Parada de Sil)

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