Opinión

Partenia

Cuando en 1995 el papa Juan Pablo II destinaba al obispo Jacques Gaillot a la sede episcopal de Partenia; lo estaba enviando al exilio de una forma sibilina. No debemos olvidar que la ciudad de Partenia desaparece del mapa en el siglo V, siendo devorada por el desierto argelino. Es sin embargo recuperada a nivel eclesiástico para sancionar a obispos que discrepan de las políticas conservadoras del Vaticano. En su pasado histórico, la hoy ciudad fantasma fue el lugar donde el rey de los vándalos y alanos, Hunerico, desterró al obispo Rogatos en un contexto de inestabilidad religiosa donde el arrianismo competía con el catolicismo como religión dominante. En su historia moderna y virtual, Partenia fue sede de los obispos Giovanni Fallani y Lacuza Maestojuán. Pero el caso más significativo es el de Jacques Gaillot, obispo de Évreux, que había caído en desgracia ante el “Santo Padre” por su actitud progresista en temas como la homosexualidad, el uso del preservativo, el sida, el matrimonio de los sacerdotes, la condena del armamento nuclear…, siendo por ello conocido como “el obispo rojo”. El es uno más de los muchos sancionados por el papa polaco en su obsesión anticomunista, integrista y por su posicionamiento contra la Teología de la Liberación. La lista de los que sufrieron persecución y fuertes sanciones es larga; cito a Pedro Casaldaliga, obispo español que vivió en Brasil y fue defensor de los derechos de los más desfavorecidos; a Leonardo Boff, doctor en Teología y Filosofía por la Universidad de Múnich; a Gustavo Gutiérrez Merino, filósofo y teólogo peruano; a Aloizio Lorscheider, cardenal presbítero de San Prieto in Montorio; a Paulo Evaristo Arns, cardenal y defensor de los derechos humanos; a Ernesto Cardenal Martínez, sacerdote, teólogo, escritor y filósofo, amonestado públicamente por Juan Pablo II que lo tachó de apóstata… todos ellos comprometidos con los pobres y los humildes. Sin embargo, Jòzef Wojtyla protegió al pederasta y abusador sexual, el sacerdote mexicano Marcial Marcel, fundador de la asociación seglar “Regnum Cristi” y de la congregación católica “Legión de Cristo”, a pesar de las denuncias muy documentadas ya desde el año 1940. Marcel fue suspendido de sus funciones sacerdotales en el año 2006, cuando el escándalo había alcanzado grandes proporciones y Benedicto XVI se vio obligado por la evidencia de los hechos.

Mientras Wojtyla perseguía a los sacerdotes comprometidos con el Concilio Vaticano II, hacía oídos sordos a la corrupción sistemática del cardenal Alfonso López Trujillo, que según el escritor, investigador y periodista francés Frédéric Martel en su obra “Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano” (libro demoledor), fue un presunto colaborador de las fuerzas paramilitares colombianas llegando a denunciar a sacerdotes comprometidos con la Teología de la Liberación, que posteriormente desaparecían. Hay que destacar el estrecho apoyo que Wojtyla prestó al dictador chileno Augusto Pinochet Ugarte. Es posible que el papado de Juan Pablo II pase a la historia como uno de los que más daño ha hecho a la Iglesia católica, por su tolerancia con los sacerdotes pederastas y por su rigor contra los que discrepaban de la postura integrista del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua inquisición) guardián de la interpretación integrista de la Religión Católica, Joseph Aloisius Ratzinger, hoy papa emérito Benedicto XVI.

El oscuro poder del Vaticano impide al papa Francisco renovar la cúpula de la Iglesia y le obliga a rectificar cualquier atisbo de compromiso con la sociedad, sobre todo en aquellas materias que impliquen recuperar el mensaje de Cristo. La humildad, la solidaridad, la defensa de los desfavorecidos, la denuncia de la corrupción, la condena de la pederastia, la igualdad de la mujer, la aceptación del “otro”… Que se resume en la frase “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

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