Opinión

De peccata minuta o de pequeñas cosas

Un pueblo culto es un pueblo que lee, que compra libros, que consume grandes tiradas de periódicos, que frecuenta los cines, los museos. Un pueblo culto es inquieto por saber, curioso ante las nuevas tecnologías, los nuevos y futuros avances. Que vive aquiescente con su pasado, arropado por una identidad sin desgarros nacionalistas y sin dudas. Un pueblo culto tiene por meta que sus hijos tengan como meta el acceso a la universidad. Y, sobre todo, que tenga conciencia y que asuma que la formación y la enseñanza son prioridades sine qua non. Fomenta el tan cacareado progreso. Pero éste no se obtiene sin grandes inversiones en complejos de investigaciones avanzadas en todos los campos del saber: desde las tecnologías punteras a las humanidades. Éstas, leyendo sus textos clásicos (filosofía, ciencia política, literatura, historia del arte, y un largo etcétera) conforma el acto de pensar críticamente. 

Siempre en juego libertad y destino sobre los que divagan con frecuencia variadas ideologías. Dos arquetipos universales: el hombre simple y el culto; el gran lector y el semianalfabeto político. Ya en Don Quijote: la gran novela moderna, única. Uno de los objetivos de la cultura clásica era la formación ideal del hombre honesto. Ya Hannah Arendt advertía a mediados del siglo pasado sobre la crisis de la educación. Y siglos atrás advertía Marco Tulio Cicerón en las Tusculanas (Tusculanae Disputationes) sobre la “cultura del alma” (cultura animi): “La cultura del alma es la filosofïa. Es ella la que extirpa radicalmente los vicios, pone a las almas en estado de recibir las semillas, les confía y, por así decirlo, siempre eso que, una vez desarrollado, dará la más abundante de las cosechas”.

El critical thinking (pensar críticamente) anglosajón implica diferenciar, distinguir, observar y argüir objetivamente unos hechos. Y el desarrollo de la curiosidad intelectual. En el club de los países destacados, la formación académica de sus ciudadanos es primordial si se propone situarse en la brecha del verdadero progreso; en el límite (at the edge) de la búsqueda de potenciales invenciones. Porque “una golondrina no hace primavera”. Y nunca se logrará que un país forme parte del club de los más avanzados cuando tan solo el 18% de los estudiantes que terminan el bachillerato acceden a la universidad. Ningún político ha propuesto en este país que sea el 50%. En mente Corea del Sur. Y lo peor, que una sociedad no tenga una conciencia clara del valor de la enseñanza sumamente cualificada, desde la primaria a la universitaria. El lejano eslogan, “¡que inventen ellos!” de don Miguel de Unamuno debe truncarse en un “¡inventemos también nosotros!”.

El binomio innovar e inventar es igual al verdadero progreso. Así, ya en la vida: ajustar el dominio de la razón, de la lógica y de la coherencia discursiva al impulso irracional, apasionado, que dictan los desgarros sentimentales: el yoísmo. Un pueblo culto se afirma en la configuración de los grandes hechos que le ha marcando la historia. Sus grandes figuras, su proclamas, sus triunfos, sus derrotas. Sus aciertos y sus errores. Su capital cultural lo marcan y definen sus formas de ser, de pensar, su voz identitaria. Lo configuración del yo (la persona de cada uno) y la del otro como vecino y como conciudadano deben asumir una identidad compartida, tolerando y respetando las divergencias. La percepción de la realidad, filtrada o percibida a través de una ideología afecta radicalmente la percepción del mundo en torno a cada uno.

El capital cultural de un país es también el entorno social en el que convivimos: gastronomía, formas de vestir, modas, vivienda, pensamiento crítico, sentido de ahorro, dicción verbal, lengua. Y lo es el vino cuyo cultivo es una historia de siglos. Y lo es la iglesia que nos cobija, el canto gregoriano que suaviza las piedras erectas de las grandes catedrales. Y lo es la vivencia religiosa (en sus múltiples formas). Y lo son los relatos bíblicos y los grandes textos de la sabiduría popular. Uno de ellos: el refranero. Este se asienta y da expresión a una visión cultural del mundo, del hombre que lo habita, de Dios. Formas de rezar, gestos, imágenes, textos están también arraigados en profundas tradiciones que desde la oralidad trasciende a la escritura. Y pervive como lectura. 

La mentira y el engaño son artimañas peligrosas. Y el político sagaz debe tener en cuenta que “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Es decir, los derechos y deberes son comunes a todos los ciudadanos y todos deben ser medidos con la misma vara. Se llama igualdad. Y debe tener muy claro el mensaje noble no el vestido de demagogia: las palabras de gran altura, populista, para promover derechos básicos y asequibles: vivienda digna, asistencia médica, enseñanza gratuita, 

 Los versos retumban lejanamente en las Nuevas canciones de Antonio Machado: "En mi soledad / he visto cosas muy raras, / que no son verdad". Y "Tengo a mis amigos / en mi soledad; / cuando estoy con ellos / ¡qué lejos están!". Se perfila a lo largo del romance el tópico del mundo al revés, que corre por todas las literaturas europeas: desde "The World Upside-Down", o "il mondo alla riversa", el francés "le monde à l'envers". Siempre actual. 

(Parada de Sil)

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