Deambulando

Un plácido sol invernal

photo_camera Sendero de la via fluvial Barbantes-Xubín entre sobreiras.
El invierno produce en el paseante una especial sensación de bienestar, como de libertad, lo que no causan los pesados y plomizos que hasta las ganas de vivir restan

El invierno, a pesar de su crudeza de ahora, si soleado y carente de viento produce en el paseante una especial sensación de bienestar, como de libertad, lo que no causan los pesados y plomizos que hasta las ganas de vivir restan.

Pues una soleada mañana rozando el mediodía, me fui con dos que más que colegas, amigos con los que vayas en silencio o en la más animada conversación, siempre estarás confortable e incluso gozarás de la naturaleza porque ellos, amigos más que del caminar acelerado que te abstrae del entorno harán con su parsimonia que te integres en el paisaje. El recorrer los campos o montes a toda prisa es de tan fugaz retención como esas imágenes que tragamos arrellanados en butacón o rodando en automóvil. Así que la invitación a caminar sin prisas tiene su recompensa, y más si es a orillas de un río, en este caso el Miño, que los que conmigo van insisten en que más Sil debe llamarse, como yo mismo también abundo. Pues paseando a la vera derecha del río nos fuimos desde Barbantes- Estación, que confundirse no debe con otro pueblo a la vera del río Barbantiño, que por allí desemboca, al mismo Xubín donde la amenísima ruta por ahora termina cuando propósito hay de conectarlo con el que arranca de la presa de Castrelo hasta Valdopereiro.

Con tales amigos de paseo, cobra lucidez la caminata, obstada del fulgente sol por las frondas de pinares, y unas mimosas a punto de florecer o de los alcornoques (sobreiras) siempre frondosos o de los despojados abedules y sauces con los alisos. De tan pausado caminar que tiempo daba a comentarios y paradas para ver al huidizo cormorán brotar como de la remansada agua del río, que más ría por embalsamiento de las aguas por allí pareciere, con poderoso aleteo a ras de superficie, levantando alguna espuma en su planeo; esa portentosa ave a la que la tienen jurada por lo que dicen que esquilma las poblaciones de ciprínidos, el eminente pescador Daniel González, el no menos Paco de Molgas o incluso, aunque no se lo preguntara, Alberto Prego, por la enorme cantidad de truchas que se zampan éstas por allí, dicen, centenares de aves.

Un herrerillo común no se inmuta a nuestro paso; un petirrojo o paporrubio, tampoco; cuando el camino de anchura de pista se hace sendero entre mimosas ya casi floridas, que me recuerdan a un amigo que pretendió hacer negocio enviándolas a Escandinavia por aérea vía, que de buena gana le remitiríamos toda la arboleda de esta plaga cuasi bíblica, que un día trajo de Australia un monje para estacar los viñedos del Ribeiro. Cuando de sorpresa nosotros por las carballeiras, cuando centenarias sobreiras nos introducían en el paraíso a punto de paso por la primera pasarela de madera, paralela a una férrea vía que casi siempre te acompaña. El paso bajo un puente te introduce en la magia de unos cultivados viñedos que ahora despojados del esplendor de sus hojas en el lugar con bodega anexa a una casona que despliega la leyenda Priorato de Razamonde, cuando a lo lejos se divisa la casa de G. Franqueira, creador de la cooperativa Coren juntamente con su amigo José Pérez al que cariñosamente los socios apodaban Conde de Ramirás. Se divisa todo esto luego de superar una cuesta por la que silentes por impedimento del resuello empleado. Si antes pasamos bajo puente, ahora por encima de la vía en uno de tal solidez que extrañeza causa por su desproporción cuando podría sustituirse por leve pasarela, pero los despropósitos son lo común en estos hacedores de caminos.

Una precipitada bajada nos deja en roturado monte para plantación de más vides en esa carrera del viñedo que parece imparable a pesar del freno de la pandemia al consumo de vinos por cierre de establecimientos de comidas. Dos larguísimas pasarelas y un subsiguiente bosquete de carballos alfombran el camino que por ahora empalma con un par de rutas circulares ya por la ladera del monte, ya encaramándose en él.

Si de amenidad el caminar de ida, el de vuelta con más poderosa solaina no lo fue menos, y el fortuito encuentro con ciclista a la búsqueda, nos dijo, de su cartera extraviada días antes que trata de recuperar desde entonces, que si difícil hallarla a pie, dando pedales no se cree que aparecer pudiere.

El paso por Laias, su hotel balneario cabe a la iglesia, muy adecuado para recibir a palistas de cualquier país es otro aliciente para el paseante que se regale con un baño de pago o siga caminando hasta las pozas de Barbantes ya no caldeadas como nuestra conversación nunca exenta de ese aire que la amistad presta y que dan en diferente tono ya J. Risco, ya L. Castro, esos incomparables, aunque no exhuberantes en parlamento, pero tampoco comedidos para el rodar por esos caminos, dando así margen a la contemplación de la Natauraleza. 

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