Opinión

Plaza del Olmo, Saco y Arce

Plaza de Saco y Arce años 60. Los niños jugaban alrededor de la fuente de hierro fabricada por la empresa Malingre. (Museo Etnológico de Ribadavia)
photo_camera Plaza de Saco y Arce años 60. Los niños jugaban alrededor de la fuente de hierro fabricada por la empresa Malingre. (Museo Etnológico de Ribadavia)

No voy a negar los méritos que atesora don Juan Antonio Saco y Arce para que le honremos dedicándole una plaza de la ciudad, pero confieso que esta plaza del Ourense histórico tenía un nombre totalmente de mi agrado: del Olmo. 

Fue en 1894 cuando se decidió el cambio de nombre, aprovechando que se acababa de abrir la calle que conocemos como García Mosquera, y quizás queriendo reunir en torno al instituto a eruditos ourensanos. Padre Feijoo, García Mosquera y Saco y Arce, la idea finalmente se quedó en eso, porque el Villar era intocable y al gran almirante Colón mejor no marearlo. 

Al margen del tema nombre, la plaza también ha tenido una interesante historia que el tiempo ha hecho olvidar. No me atrevo a fijar fecha, pero sin duda desde comienzos del siglo XIX (¿1820?), en la plaza existió un teatro que llegó a convivir con el Principal; quizás ese fuera el motivo del nombre de “Principal”; el del Olmo sería el “secundario”, perdón por la mala gracia. Sabido es que el Principal nació en 1830 y, dato que si no conocéis os doy yo, en 1840 los propietarios de la Casa Teatro sita en la plaza del Olmo 6 la vendían al mejor postor por medio del escribano don Antonio Méndez; después de un tiempo no veían manera de rentabilizarlo, y eso a pesar de que sus salones eran los escogidos por las autoridades locales para celebraciones, sirva como ejemplo la que en 1838 se organizó para festejar un hecho bélico durante la 1ª Guerra Carlista: esta era la tarjeta de invitación oficial: “El Gefe Político y el Comandante general de la Provincia, en unión del Ayuntamiento de esta capital, esperan que V. se sirva asistir al Baile que en celebridad de la plausible derrota de la facción Negri se ha acordado para la noche de hoy á las diez en el salón de la Plaza del Olmo”. Mis datos hablan principalmente de bailes y festejos más que de actividad teatral, pero sin embargo se le llamaba Casa Teatro. A finales de los 40 ya no se tienen noticias de su existencia, por lo que debemos pensar que en esa época eche el cierre. 

La plaza, sin embargo, continuó viva, y las risas infantiles competían con las voces que a diario daban los vendedores de cereales (sección que le tocó en suerte dentro de la "plaza de abastos" que conformaban todas las de la Villa (Barrera del pan, Damas del pescado, Magdalena de la fruta, etc.). En 1860 alguien debió de considerar que ya lo merecía, y se decidió empedrar toda la plaza con el consiguiente aplauso de todos los vecinos, entre los que ya se encontraban personajes conocidos: en el numero 3 -edificio hoy rehabilitado y en el que ha abierto un negocio de restauración (¡suerte!)- vivía la familia Pérez Placer, en la que el padre era abogado y ya provenía de familia con posibles, lo que da una idea de las bondades de la plaza; pues en 1866, esa familia celebraría el nacimiento de Heraclio, médico, escritor y periodista de notable prestigio quien por cierto había sido alumno de Saco y Arce en el instituto. 

A finales del XIX, con paso lento pero firme, la ciudad creció hacia otras zonas, por una cuestión simplemente de comodidad: instalar agua corriente, luz y alcantarillado en la zona antigua suponía un costo muy elevado, y aunque se fue haciendo, las clases acomodadas preferían no esperar y se trasladaban a Santo Domingo, Progreso, Paseo, etc. 

Aun así, durante mucho tiempo la zona continuó muy activa, instalándose en ella nuevos negocios como la fragua que en 1890 abrió en el nº 2 don Ramón Gallego. Costureras y bares completaban la escena. 

En 1892, durante el conflicto de los arbitrios conocido como “de las verduleras”, en la plaza se vivieron momentos de gran tensión. Los vendedores de cereales, y sobre todo los que se dedicaban a la venta de hojas de maíz, vieron cómo los chavales deseosos de aumentar el desconcierto prendían fuego a su mercancía, con la consiguiente pérdida económica. 

Aunque sea doloroso, no queda más remedio que admitir que con el siglo XX el deterioro de la zona fue una constante, llegándose a situaciones límites. Cuando el tema de la prostitución ya estaba, digamos, asumido, surgió lo que sí fue la estocada definitiva para el barrio: las drogas. Lo que es una lacra para muchas familias de manera directa, para otras muchas lo fue de manera indirecta. La plaza de Saco y Arce se convirtió en un punto de venta con intervenciones diarias de la policía, no era difícil ver a un drogadicto sofocando sus ansias de... Escenas que poco a poco alejaron a los vecinos que amaban el barrio. Muchos aguantaron hasta el final y tuvieron la desgracia de tener que pasear sus últimos días entre esas imágenes tan duras; y los descendientes ya ni se planteaban reutilizar las viejas casas.

Así fue que no quedó más remedio que plantarse ante el problema y comenzar a luchar para encontrar soluciones. Uno de esos luchadores a los que debemos ese que yo llamo punto de inflexión, fue el amigo Tito Sabucedo. Él, al frente de los pocos comerciantes que aguantaron esa situación, comenzaron a procurar dar un giro a la situación. Con esa finalidad acudieron a cuantas autoridades había pidiendo ayuda para el barrio. Y parece ser que se ha conseguido. La solución definitiva, aunque no se ha conseguido, lleva camino; la gente del barrio empieza a ver otro ambiente y puede celebrar en los últimos tiempos la llegada de nuevos vecinos. 

Pero no quiero dejar el artículo sin citar a quien iluminó la plaza con su cariño y pasión por los niños: la abuela Obdulia; ella, en los momentos más duros, se echó a la espalda la tarea de sacar adelante a los niños del barrio que lo necesitaran, no preguntaba las circunstancias ni le importaban quienes eran los responsables; ella en su momento vio que existía una necesidad y como pudo intentó paliarla: comida, vestido, aseo, estudios, todo lo que podía le daba a aquellos niños que sus madres no podían atender, y tan mal lo debió de hacer que durante toda su vida aquellos niños le llamaron "abuela Obdulia. Hoy, en el medio de la plaza y para orgullo de la ciudad, una estatua la recuerda).

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